«¿Cómo iba a dejar sin explicación a quienes tienen un neurodesarrollo diferente?»

Desde siempre, al terminar de leer un libro, de ficción o no, me pregunto si las sensaciones y las ideas que me transmite son las que realmente quería expresar su autor. No puedo evitar concluir que no, que el autor escribe a través de su experiencia y yo lo leo con la mía. Que, aunque mucho de lo que me explica es lo que entiendo, mis propias vivencias le dan un sentido particular a lo concebido por otra persona. Y por eso terminé mi primer libro, La aventura de tu cerebro, con esta frase:

«Por mi parte, me conformaría con haber transformado, aunque solo sea un poco, los circuitos de tu cerebro».

Con el punto final entregaba mis ideas a los lectores. Mi tarea estaba terminada, pero sólo cobraría sentido si ellos emprendían la suya.

No contaba yo con que el alivio de concluir un texto se acompañara de la inquietud por completarlo con otro. Porque si La aventura de tu cerebro la dedico a describir el neurodesarrollo que discurre sin interferencias, ¿cómo iba a dejar sin explicación a quienes tienen un neurodesarrollo diferente? A ellos destino mi labor de cada día, pues eso hace una neuropediatra: atender a los niños con parálisis cerebral, autismo o hiperactividad, es decir, con dificultades en su neurodesarrollo, para intentar encontrar el porqué de sus problemas y de esta manera ofrecerles el mejor tratamiento posible. Y así surge El cerebro en su laberinto, como la continuación natural y el complemento de mi anterior libro.

De nuevo me propongo acercar al gran público un tema complejo, divulgar, y de nuevo decido tomármelo como una oportunidad para contarlo como yo lo entiendo, innovar sin apartarme del rigor científico. Así, en El cerebro en su laberinto hago hincapié en dos cuestiones principales para mí: que la diversidad permite conocer mejor el funcionamiento del sistema nervioso y que lo diverso en el neurodesarrollo es previsible, pues mantiene la misma pauta de aparición que lo que llamamos normal.

En cuanto a la diversidad, en Medicina, y especialmente en neurología, la lesión de un órgano permite comprender mejor los entresijos de la función que desempeña. Por ejemplo, desde que en el siglo XIX Phineas Gage sufrió el terrible accidente que dañó su lóbulo frontal, sabemos que es en la porción más anterior del cerebro donde se procesan las emociones, se organiza la ejecución de las tareas y donde residen los rasgos que conforman nuestra personalidad, porque todo eso cambió en él tras lesionarse. Pero es que, además, lo diverso no sólo permite estudiar mejor el sistema nervioso, sino que es la expresión de la formidable capacidad de adaptación humana, la que posibilita nuestra supervivencia como especie.

Y sobre la secuencia con que se presentan los trastornos del neurodesarrollo, observamos que es la misma que sucede en el neurodesarrollo que discurre sin incidencias, de modo que primero detectamos los trastornos motores, luego los del lenguaje, en íntima relación con la cognición, y por fin los de la conducta. Una cuestión que, entre otras que desgrano en el libro, nos permite sospechar que todos los trastornos del neurodesarrollo comparten procesos patológicos comunes, tanto en sus causas como en su evolución y consecuencias. Este abordaje, que no es el que se utiliza habitualmente, creo que ayuda a comprender mejor el desafío que suponen los trastornos del neurodesarrollo para la Medicina.

Todo esto es lo que explico a los pacientes que acuden a mi consulta, y así he querido detallarlo en El cerebro en su laberinto.

Si escribir y publicar un primer libro fue para mí un reto emocionante, terminar y ver impreso este segundo me produce un asombro profundo. Espero haber logrado transmitir mi experiencia para que el lector pueda enriquecerla con la suya. Como dice Laura Morrón en el sciku que abre el libro: «Tu compañía es mi hilo de Ariadna hacia la luz».

¡NO TE QUEDES SIN TU EJEMPLAR!