Un, dos, tres, al escondite inglés, sin mover los pies

Este sencillo juego infantil está presente en todo el mundo aunque su nombre puede variar según los países y regiones. De hecho, según me informa Wikipedia se llama el «chocolate inglés» en Aragón, el «pollito inglés» en Andalucía y la Comunidad Valenciana, el «patito inglés» en las islas Baleares, el «calavín, calavera», en el País Vasco, el «picaparet» en Cataluña y muchas variantes geográficas más en la América hispanohablante.

La dinámica del juego es sencilla. Hay uno que la queda y tiene que colocarse de cara a la pared. Los demás jugadores se sitúan a cierta distancia y el guardián debe recitar esa corta frase en voz alta mirando a la pared. Mientras recita esas palabras los demás pueden acercarse con rapidez hacia él pero al terminar la frase el guardián se vuelve bruscamente y si alguno de los restantes jugadores se está moviendo todavía, ha perdido y la queda. Si no consigue detectar a ninguno moviéndose, los jugadores cada vez estarán más cerca, aunque siempre les vea inmóviles, y cuando alguno toque la pared, habrá ganado y «el que la queda» tendrá que repetir en su humillante posición.

Elena Organesyan. Se ve una fotografía de un retrato movido

Elena Organesyan

Una de las formas de aprender sobre la función cerebral es el estudio de pacientes que presentan una alteración en sus habilidades sensoriales, que son incapaces de percibir correctamente la realidad. Uno de estos trastornos se llama acinetopsia cerebral y consiste en que los pacientes son incapaces de percibir precisamente la sensación de movimiento, para ellos todo, absolutamente todo, está jugando al escondite inglés. Normalmente las personas afectadas tienen las demás funciones visuales intactas y aspectos concretos como la detección de formas, el reconocimiento de colores, la agudeza visual, la sensibilidad al contraste, la estereopsis y el reconocimiento visual, funcionan con normalidad. Esto indica que la corteza visual opera distintos aspectos de la información visual de forma independiente, y que uno de los módulos puede estar dañado mientras los demás están indemnes y funcionan correctamente.

La explicación más común de la acinetopsia cerebral es una lesión en el área cortical V5, una parte de la corteza cerebral implicada en la detección del movimiento, normalmente como resultado de un traumatismo o una hemorragia. También se ha visto que puede aparecer tras la estimulación magnética transcraneal en V5, en algunas enfermedades como la de Alzheimer o la epilepsia y tras el consumo de algunos fármacos psicoactivos como los antidepresivos.

Los pacientes con acinetopsia ven el mundo como una serie de fotos, no como una película. Al no tener otros problemas de visión, la forma, el color o las dimensiones de un objeto se distinguen con facilidad cuando está quieto pero si ese objeto o esa persona se pone en movimiento, la cosa cambia. En ese momento, el sujeto observado puede desaparecer completamente o convertirse en una mancha borrosa, como si «saliera movido» en nuestra corteza visual. Todos hemos visto esas fotografías nocturnas donde se deja el objetivo abierto y los coches, por ejemplo, apenas se distinguen pero muestran el recorrido de sus luces como un reguero rojo o blanco que va trazando las curvas de la calzada. Las personas con acinetopsia ven también esas estelas luminosas.

Fuente: Originair. Fotografía nocturna como la descrita en el texto

Fuente: Originair

La acinetopsia es rara, hay distintos grados y, de momento, salvo algún caso muy concreto que luego mencionaré, no tiene cura. Casi todo lo que sabemos es gracias a lo que hemos aprendido del análisis de un puñado de personas aquejadas de este trastorno. El primer caso fue estudiado por Potzl y Redlich en 1911 y era una mujer de 58 años que tenía un daño bilateral en la zona posterior del cerebro. Decía que veía como si los objetos estuvieran estacionarios pero fueran saltando a posiciones sucesivas, algo similar a lo que sucede con los niños de este juego. Siete años más tarde, otros dos médicos, Golstein y Gelb publicaron otro caso, un soldado de 24 años que había recibido un tiro en la parte posterior de la cabeza en la I Guerra Mundial. No tenía sensación de movimiento y podía señalar la nueva posición de un objeto –a la izquierda, a la derecha, arriba o abajo– pero no veía «nada entre medias». Tampoco lograba identificar los objetos mostrados, era incapaz de decir su nombre. Pero el caso que más nos hizo aprender fue L.M., una mujer de 43 años que llegó al hospital en 1978 quejándose de un fuerte dolor de cabeza y vértigo. La exploración de esta paciente vio que había sufrido un ictus, una hemorragia que había generado una lesión simétrica, bilateral, en la corteza visual. L.M. tenía una mínima percepción de los movimientos pero tenía muchas dificultades para la vida cotidiana pues «la gente, los perros y los coches nunca están quietos, están de repente aquí y luego allí, pero desaparecen entre medias. A menudo no sé hacia donde han ido porque se mueven demasiado rápido y muchas veces los pierdo». También contaba que cuando se servía un café veía el chorro  que salía de la cafetera como si fuera algo sólido o congelado y juzgaba muy mal la cantidad que iba echando con el resultado de que la mayoría de las veces se le derramaba. Servirse agua era imposible. La mayoría de las actividades del día a día eran demasiado complicadas para ella y necesitaba mucho tiempo para cosas rutinarias como cortar el pan o pasar la aspiradora. No podía usar el metro, el autobús o el tranvía, lo que limitaba mucho su movilidad. Cuando se juntaba con amigos se enfadaba consigo misma porque no acertaba a estrechar correctamente una mano tendida y ver su mano y la otra moverse a saltos le resultaba desasosegante. También le resultaba muy complicado agarrar un objeto en movimiento o manipular algo. Caminar era asimismo algo arduo porque ver a sus pies moviéndose a saltos le generaba un gran malestar y se distraía de una manera incómoda si se le acercaba una persona. También tenía dificultades con el equilibrio de su cuerpo porque se producía una interferencia entre las interacciones del sistema vestibular con el sistema visual. Los que no tenemos ese problema podemos marearnos porque el suelo de un barco se mueve y la vista nos dice que es rígido, estable pero aquí debía ser algo al contrario, el sistema vestibular no informaba de cambios de posición pero la vista mostraba como que todo estaba saltando de una posición a otra. La experiencia de hablar con otras personas era desagradable porque acusaba mucho los cambios en la expresión facial, en particular los labios «que saltaban rápidamente hacia arriba y hacia abajo y muchas veces soy incapaz de atender a lo que están diciendo». Por el contrario, cuando las personas, las caras, los objetos o los coches estaban inmóviles, no tenía dificultades en verlos claramente y podía reconocerlos de forma inmediata y exacta. Leer le tomaba más tiempo que antes y escribir se había convertido en algo bastante difícil. También tenía dificultades para conducir, para seguir una conversación en grupo o para imaginar en tres dimensiones un objeto dibujado en un papel. El examen psiquiátrico no encontró síntomas psicopatológicos, en particular no tenía depresión, ni ansiedad ni agorafobia.

Es muy curioso cómo L.M. aprendió a a superar sus dificultades. Intentaba no mirar a los objetos en movimiento y, por ejemplo, para estimar la distancia a la que se acercaba un coche y decidir si cruzaba la calle o no, lo hacía fiándose del sonido y no de la información visual. Al verter un líquido en un vaso o una taza dejó de mirar al café o la leche y tan solo se fijaba en una línea imaginaria un centímetro por debajo del borde de la taza donde tenía que parar cuando el líquido alcanzaba ese nivel. Las dificultades para cortar el pan por culpa del movimiento del cuchillo las solucionó inventando un sencillo truco que era poner el filo en la posición adecuada y luego hacer la rebanada apartando la vista y sin mirar al cuchillo. Iba al supermercado cuando no había apenas gente y jamás usaba un carrito, cuando alguien aparecía en su campo visual se paraba y esperaba a que pasara. Aprendió a usar de nuevo el transporte público evitando mirar a los demás pasajeros y limitándose a seguir a la última persona en la cola mirando solamente su espalda, porque «era la parte que menos se movía».  Una vez dentro se agarraba a alguna barra o asidero y no se movía ni miraba hacia ningún punto hasta que llegaba a su parada. También consiguió recuperar la vida social, en particular para realizar actividades al aire libre. A sus nuevos amigos les decía que era incapaz de mirarlos a la cara cuando hablaban pues tendría dificultades para entender lo que estaban diciendo si lo hacía, pues entraba en conflicto lo que oía con los movimientos de los labios que le distraían sobremanera. Al contrario de un observador normal, donde reconocemos con más facilidad una cara en movimiento que una foto fija, ella tenía muchas más dificultades con una persona que presentaba los complejos movimientos del rostro, labios, ojos, cejas, etc. que hacemos al hablar.

Fuente: Fulston Manor A-Level Photography

Fuente: Fulston Manor A-Level Photography

Posteriormente han aparecido algunos casos más. En 2000, Pelak y Hoyt recibieron en su consulta a un paciente con acinetopsia que había dejado de conducir dos años antes porque «no podía ver el movimiento mientras conducía».  Su esposa indicó que no podía juzgar la velocidad de otro coche ni a qué distancia se encontraba. También tenía dificultades para seguir algunos programas de televisión, en particular los deportes y las películas de acción donde comentaba a su mujer que «no podía ver lo que estaba pasando». Cuando un objeto se empezaba a mover, era como si desapareciera de su campo visual.

Los mismos dos investigados atendieron tres años después a otro paciente que había sufrido un daño traumático en la cabeza después de que le cayera encima un poste de la luz. Su gran afición era la caza y de repente no era capaz de distinguir a las piezas, no podía seguir a otros cazadores ni diferenciaba a su perro cuando se dirigía hacia él. De hecho, tanto los animales como las personas aparecían primero en un sitio y luego en otro sin que hubiera visto cómo se movían para desplazarse de un lugar al siguiente. Yo no iría muy tranquilo yendo de caza con él aunque lo mismo que el que la queda en el escondite inglés, sabía perfectamente que realmente había habido un movimiento de ese perro o ese compañero que ahora estaba a su lado.

En 2013 Sakuri y su grupo publicaron el caso de un hombre de 61 años con una malformación arteriovenosa en el lóbulo parietal derecho y en el que la acinetopsia era esporádica y se la causaba un ataque epiléptico. Un tratamiento con un fármaco, carbamazepina, consiguió controlar la epilepsia y los síntomas de acinetopsia desparecieron para siempre.

Fuente: Frontera D. Fotografía de niños jugando al escondite inglés

Fuente: Frontera D

Hace mucho que no juego al escondite inglés, aunque recuerdo feliz esas diversiones sencillas de niño que siempre terminaban entre risas. Shakira me lo trajo de vuelta, a la  memoria, pues tiene una canción que dice así:

  • Bésame de una vez
  • Te amarro a mi sofá burgués
  • Es mi forma de jugar al escondite
  • Es mi forma de jugar al escondite
  • Es mi forma de jugar al escondite inglés

Un estribillo un poco ripioso de una canción que no es una de las mejores pero a Shakira –¿cómo no?– se le puede perdonar.

Para leer más

Márquez J (2013), Ceguera al movimiento o acinetopsia.

Pelak VS, Hoyt WF, «Symptoms of akinetopsia associated with traumatic brain injury and Alzheimer’s Disease, Neuro-Ophthalmology», núm. 29, 2005, pp. 37–142.

Sakurai K, Kurita T, Takeda Y, Shiraishi H, Kusumi I, «Akinetopsia as epileptic seizure», Epilepsy Behav Case Rep 1, 2013, pp. 74-76.