¿Qué le ocurre a tu cerebro cuando eres madre?

«Hemos dado a luz y criado y lavado y enseñado, quizá hasta la edad de seis o siete años, a los mil millones seiscientos veintitrés mil seres humanos que hoy, según las últimas estadísticas, existen, y eso, si bien algunas contaron con ayuda, lleva su tiempo». Así arengaba Virginia Woolf en 1928 a las estudiantes del Girton College, el primer colegio universitario de Cambridge que admitió mujeres. Les recordaba que desde hacía casi una década tenían acceso al voto, a algunos trabajos; que desde hacía varias décadas podían acceder a cierta educación (si bien no en igualdad de condiciones con los hombres): su papel ya no podía limitarse a ser madres.

A pesar de esto, y de que Woolf no tuvo hijos, no deja de conceder importancia a la tarea de la maternidad: (sin las madres), «los mares no habrían sido navegados, y las fértiles tierras no serían más que un desierto». No le falta razón: el comportamiento maternal no sólo es imprescindible para la supervivencia de la prole, sino también para su futura salud y bienestar; las personas que han recibido un cuidado deficiente durante su infancia sufren un mayor riesgo de padecer trastornos como la ansiedad de adultos.

La ardua tarea de los cuidados recae exclusivamente sobre los hombros de las hembras en más del 90 % de las especies de mamíferos. En el resto, entre las que nos encontramos, los cuidados son biparentales —hecho ligado a la monogamia. Por el contrario, hasta el 90 % de las especies de aves son biparentales y en unos pocos vertebrados, como algunas aves, anfibios y peces, e incluso algún insecto, el comportamiento parental lo lleva a cabo exclusivamente el macho. Pero hoy hemos venido a hablar de maternidad.

Un dibujo artístico de un útero lleno de animales

Hugo Saláis
«Comportamiento maternal»

Alice Murno tuvo tres hijas, la primera cuando apenas contaba 22 años. En varias entrevistas, la escritora canadiense y premio Nobel en 2013, declara que su propia madre (que enfermó de Parkinson a los 40 años, obligando a Alice a hacerse cargo de sus hermanos pequeños) ha sido una figura central en sus relatos. De hecho, en los cuentos de Munro surge a menudo el tema de la maternidad, como en «Pasión»,  donde leemos: «Eso era lo que los hombres —la gente, todos—, pensaban que ellas debían ser: guapas, malcriadas, egoístas, y con poco cerebro. Eso era lo que una chica tenía que ser para enamorarse de ella. Entonces, ella sería madre y se dedicaría, ñoña y mansa, a sus bebés. Nunca más egoísta, siempre con poco cerebro».

Veámoslo desde otro punto de vista: el cerebro de las madres no se empequeñece, al contrario, sufre adaptaciones durante el embarazo y la lactancia que provocan cambios drásticos en su conducta. Algunos de los comportamientos que surgen en las madres ya los menciona Woolf en su discurso, y son los que desde la neurobiología experimental entendemos como comportamientos dirigidos a las crías: alimentación y limpieza. Además de estos, expresan comportamientos no dirigidos a las crías, a saber, la construcción y mantenimiento del nido y la agresión maternal. El incremento en la agresividad va en paralelo a una disminución del miedo y la ansiedad, convirtiendo a las madres en intrépidas defensoras de su prole frente a intrusos potencialmente infanticidas —nada de mansedumbre en la dedicación a la cría. ¿No es fascinante que un animal cambie radicalmente de comportamiento y pase a ocuparse en cuerpo y alma a su prole en lugar de ocuparse de sí misma como hacía hasta el momento del nacimiento? A Jay S. Rosenblatt, pionero del estudio del comportamiento maternal así se lo pareció, y dedicó su vida a investigar qué ocurre en el cerebro materno.

Para investigar la neuroendocriología del comportamiento maternal, Rosenblatt contó con la ayuda de uno de los animales que más nos ha dado en el laboratorio, la rata. Las madres rata no necesitan ningún entrenamiento para cuidar de sus crías, lo cual no resulta demasiado sorprendente. Pero en un artículo pionero publicado en Science en 1967, Rosenblatt describió cómo hembras vírgenes, e incluso machos, que normalmente no cuidan de sus crías, empezaban a cuidar a crías ajenas al cabo de unos días de estar en contacto con ellas. Este proceso se denomina sensibilización maternal o maternización, y nos indica que los circuitos neurales que subyacen los comportamientos parentales se encuentran en el cerebro de hembras y machos, y que modulados por factores intrínsecos (cambios hormonales) y ambientales (interacción con las crías) permiten la expresión de estos comportamientos, como en las madres, o su supresión, como ocurre normalmente en hembras vírgenes y machos no sensibilizados.

La conducta de las hembras vírgenes de rata es curioso. Cuando se encuentran por primera vez con crías, las evitan, como si les tuviesen miedo (en lenguaje técnico, decimos que expresan neofobia). Sin embargo, si permitimos que se familiaricen con la presencia de crías durante unos días, pasan de evitarlas activamente a ignorarlas y empezar a cuidarlas, es decir, a agruparlas en un nido, ponerse sobre ellas para darles calor y lamerlas, al cabo de alrededor de una semana. Rosenblatt y sus colaboradores descubrieron que si a las ratas vírgenes se las trataba con estrógenos y progesterona, simulando los cambios que tienen lugar durante la preñez y el parto, su comportamiento maternal se expresaba de manera inmediata. Sus múltiples contribuciones científicas le valieron a Rosenblatt, fallecido en 2014, el apodo de padre del comportamiento maternal. Pero Rosenblatt no sólo investigó este comportamiento desde el prisma científico: también era artista, y retrató en sus cuadros la maternidad, reflejando su objeto de estudio desde la ciencia y desde el arte.

 Jay S. Rosenblatt «Mother and older Child»

Jay S. Rosenblatt
«Mother and older Child»

Ahora sabemos, gracias a los trabajos de otros pioneros en el estudio del comportamiento maternal, como Michael Numan y Danielle Stolzenberg, que existe un núcleo en el hipotálamo (la estructura encefálica que orquesta nuestro sistema neuroendocrino), denominado área preóptica medial, que es imprescindible para la expresión del este comportamiento. De hecho, si este núcleo se inactiva o se lesiona, las madres pierden la capacidad de hacerse cargo de sus crías. Las neuronas de este núcleo poseen receptores de estrógenos y progesterona, y de otros neuropéptidos esenciales para la maternidad como la oxitocina )   y la prolactina. La prolactina es una hormona producida por la hipófisis, que puede ser transportada de nuevo al encéfalo e influir sobre diversos núcleos cerebrales. Además de la prolactina, la placenta tiene la capacidad de producir unas hormonas similares, denominadas lactógenos placentarios, que también pueden transportarse hasta el encéfalo y promover cambios de función en ciertas áreas como el área preóptica medial, en un ejemplo asombroso de interrelación entre el sistema nervioso central y el resto del cuerpo. Esto permite que el cerebro de la madre se “sintonice” durante el embarazo y no necesite ningún periodo de sensibilización para hacerse cargo de sus crías.

La experiencia como madres, además, provoca cambios epigenéticos en las neuronas del área preóptica medial, que garantizan que el comportamiento maternal será óptimo en los partos sucesivos. Es decir, una vez has sido madre, siempre serás madre. Pero como hemos visto, no todo depende de las hormonas, ya que hembras vírgenes en contacto con crías acaban sensibilizándose y mostrando comportamiento maternal. De hecho, se ha visto en el laboratorio que hembras de roedor que se crían junto a hermanos más pequeños ayudan a sus madres y muestran un comportamiento maternal más eficiente durante la adultez, sugiriendo que el contacto con crías, de por sí, puede promocionar algunos de los cambios epigenéticos de los que hablamos.

Además de orquestar el cuidado de las crías, el área preóptica medial también interviene en la motivación de las madres por estar cerca de su prole. Las neuronas del área preóptica proyectan sus axones sobre las neuronas dopaminérgicas del área ventral tegmental, que a su vez conectan con  el núcleo accumbens. Este circuito dopaminérgico participa en el control de los comportamientos motivados. De hecho, las drogas de abuso interfieren con la actividad de este circuito. Pero la motivación de las madres de rata por sus crías es tal, que se ha comprobado que, durante los primeros días postparto, las crías provocan “adicción”: las madres recientes prefieren pasar tiempo en un compartimento de una caja con sus crías a abandonarlas por consumir cocaína. Además, las madres de rata están dispuestas a exponerse a situaciones que les desagradan, como caminar por puentes elevados y con alta iluminación (las ratas son nocturnas, la luz brillante y los espacios abiertos las estresan bastante) para recoger a sus crías, lo cual se cree que está relacionado tanto con la elevada motivación como con la menor ansiedad. Esto es un punto clave que diferencia a las madres de las hembras vírgenes maternizadas, ya que estas últimas, por mucho que cuiden a las crías si las tienen cerca, no se expondrán a situaciones aversivas por ellas. Es decir, sólo algunos elementos del comportamiento maternal, como los cuidados más simples hacia las crías, son hasta cierto punto independientes de los cambios promocionados por los eventos endocrinos del embarazo; otros como la elevada motivación, la disminución de la ansiedad o la defensa del nido, dependen de cambios cerebrales profundos que tienen lugar durante el embarazo y la lactancia.

Recientemente se han descubierto otros cambios espectaculares que tienen lugar en el cerebro materno. Por ejemplo, se ha visto que la maternidad estimula la generación de nuevas neuronas en el cerebro del ratón. Se cree que estas nuevas neuronas son importantes para que las madres recuerden el olor de sus crías y se mantengan apegadas a ellas. Esta memoria olfativa se suele comparar al estrecho vínculo que se establece entre una madre primate y sus hijos. En este punto, es interesante hacer un inciso para resaltar una diferencia fundamental entre la rata y el ratón de laboratorio: las hembras vírgenes de ratón no muestran ninguna evitación de las crías, sino que son espontáneamente maternales. Sin embargo, en la naturaleza, las hembras suelen matar a las crías que no son suyas, es decir, en las cepas de ratón de laboratorio se ha seleccionado artificialmente la característica de “buena madre”.

Mary Cassatt «A Kiss For Baby Anne»

Mary Cassatt
«A Kiss For Baby Anne»

Las buenas madres roedoras son las que emplean mucho tiempo en acicalar a sus crías, lamiéndolas para mantener su piel y pelo bien limpio, mantener su temperatura y estimular su digestión. Curiosamente, los investigadores han descubierto que existe una elevada variabilidad, incluso en cepas de laboratorio, en la cantidad de “lamido” que proporcionan las madres ratón a sus crías (¡como también las madres humanas pueden ser de muy poco a demasiado besuconas!) En varios estudios, separando a las madres muy lamedoras de las poco lamedoras, e intercambiando las camadas, descubrieron que la transmisión del comportamiento de “altos niveles de lamido” debe producirse por mecanismos epigenéticos. Es decir, si las hijas biológicas de las madres que lamen poco son criadas por las muy lamedoras, se convertirán en “buenas madres”, mientras que si las hijas biológicas de madres muy lamedoras se crían con madres desatentas, a su vez desatenderán a sus propias crías. Las crías que reciben mayor atención de sus madres no solo mantienen un pelo más limpio y aprenden a ser buenas madres, sino que de adultas, muestran niveles menores de estrés y ansiedad y mayores niveles de sociabilidad. Esto nos proporciona un modelo en el que entender los mecanismos mediante los cuales, en humanos, un cuidado infantil deficiente puede contribuir, junto a otros factores, al desarrollo de la psicopatología.

Entonces, ¿qué ocurre con las madres humanas? ¿Se sostiene ese prejuicio de que les encoge el cerebro? Al contrario, algunos estudios muestran que las madres tienden a obtener mejores resultados en algunos tests que miden las capacidades cognitivas, memorísticas o atencionales, si bien otros muestran que tipos específicos de memoria declinan durante el final de la preñez y los primeros meses de la maternidad. Los avances tecnológicos nos han permitido empezar a explorar los posibles cambios que ocurren en sus cerebros: algunos estudios muestran incrementos en la sustancia gris en ciertas áreas, como la corteza prefrontal. Además, los estudios de resonancia magnética funcional corroboran que las áreas que intervienen en el cuidado maternal en los animales de laboratorio, también se activan en madres humanas en respuesta a sus bebés. En resumen, el cerebro de la madre no empequeñece: se reprograma para permitir que el comportamiento de la madre se adapte a las necesidades de su bebé.

Todavía nos queda mucho por conocer sobre los entresijos neurales del comportamiento maternal. Por ejemplo, todavía no conocemos en detalle los mecanismos que median el incremento de agresividad o su relación con la disminución de la ansiedad. Conocer los circuitos neurales que controlan el comportamiento maternal nos puede dar pistas sobre por qué a veces el establecimiento del vínculo entre madre y prole falla, pudiendo producirse casos de abandono o de maltrato. Con esto, podremos explorar aproximaciones terapéuticas frente a estas situaciones, o también frente a los casos de depresión postparto, que se estima podría afectar entre un 10 % y un 30 % de las madres. Pero la importancia del estudio de la neurobiología del comportamiento maternal va mucho más allá: según Rosenblatt, «la unidad madre-descendencia es el fundamento de nuestra organización social», y por tanto, según Numan, «los circuitos neurales que subyacen el vínculo entre una madre y su prole proporcionaron el andamiaje sobre el que se establecen otros tipos de vínculos prosociales […] La prosocialidad y la tendencia a proporcionar cuidados a los miembros de la misma especie, independientemente de si ese cuidado también beneficia al donante, podría estar menos relacionada con el desarrollo cognitivo que con el hecho de que […] los estímulos sociales de los congéneres accedan a los sistemas neurales derivados de los circuitos del cuidado parental».

O sea, el germen de nuestra organización social podría encontrarse en la relación materno-filial, y por lo tanto el estudio de la neurobiología del comportamiento maternal nos ayuda a comprender el comportamiento social y sus trastornos. Pensad en ello cuando vayáis el próximo domingo a visitar a vuestra madre.

Referencias

Rosenblatt JS, «Nonhormonal basis of maternal behavior in the rat»,  Science,Jun 16; 156(3781), 1967, pp. 1512-4.

Mattson BJ, Williams S, Rosenblatt JS, Morrell JI,«Comparison of two positive reinforcing stimuli: pups and cocaine throughout the postpartum period», Behav Neurosci, 115(3), 2001, pp. 683-94.

Shingo T, Gregg C, Enwere E, Fujikawa H, Hassam R, Geary C, Cross JC, Weiss S, «Pregnancy-stimulated neurogenesis in the adult female forebrain mediated by prolactin», Science, Jan 3; 299(5603), 2003, pp. 117-20. Obtenido de  http://science.sciencemag.org/content/299/5603/117.long

Dulac C, O’Connell LA, Wu Z, «Neural control of maternal and paternal behaviors»,  Science, Aug 15, 345(6198), 2014, pp. 765-70. Obtenido de http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4230532/

Numan, M,, Neurobiology of Social Behavior, Academic Press, 2015.

Martín-Sánchez A, Valera-Marín G, Hernández-Martínez A, Lanuza E, Martínez-García F, Agustín-Pavón C, «Wired for motherhood: induction of maternal care but not maternal aggression in virgin female CD1 mice», Front Behav Neurosci, 9:197, 2015. Obtenido de http://journal.frontiersin.org/article/10.3389/fnbeh.2015.00197/full

Salais-López H, Lanuza E, Agustín-Pavón C, Martínez-García F, «Tuning the brain for motherhood: prolactin-like central signalling in virgin, pregnant, and lactating female mice. Brain Struct Funct»,Jun 25, 2016. Obtenido de  http://link.springer.com/article/10.1007%2Fs00429-016-1254-5