«Nos guste o no, en su fase final la ciencia se convierte en un producto que debe competir en un mercado muy particular: el mercado de las ideas. Debido al justo prestigio del apellido «científico», no suele encontrar demasiados problemas para expulsar a la competencia de menor valor epistémico. Sin embargo, casi todo vale si de vender se trata, y muchos productos son capaces de mantener su presencia empleando los sesgos de los consumidores a modo de viento de cola. De forma simple: la ciencia constituye una amenaza para otras ideas lo suficientemente arraigadas como para resistir ferozmente al progreso que conllevaría su propia desaparición. La mal llamada «medicina alternativa» es uno de estos casos de enfrentamiento entre investigación rigurosa y creencias poco agraciadas, relacionadas estrechamente con el pensamiento paranormal, la pseudociencia y la ideación conspirativa».
