Mi idilio con la divulgación

Pablo Rodríguez Sánchez

Pablo Rodríguez Sánchez

Me dedico a los sistemas complejos. Dicho así, sin avisar, suena extraño… pero bien pensado no es mucho más raro que ser concejal de aguas o abogado especializado en multas de tráfico. Me dedico a los sistemas complejos, decía, rama a medio camino entre la física y las matemáticas que estudia fenómenos que, entre otras características, suelen ser impredecibles a largo e incluso a medio plazo. El tiempo atmosférico, por ejemplo, es uno de esos sistemas complejos… de hecho, casi todo lo que nos rodea es complejo e impredecible para bien o para mal. Decía Yogi Berra, jugador de béisbol al que se atribuyen gran cantidad de citas ingeniosísimas, que «hacer predicciones es muy difícil, especialmente sobre el futuro»1. Por este motivo, desconfío enormemente de las historias cronológicas, pues en ellas parece que cada párrafo tenga por fin conducir al desenlace.

Llegados a este punto, el lector avispado imaginará que este es, precisamente, el traicionero preámbulo de una historia cronológica. Y acertará. Es además una historia personal e intransferible, la historia de mi idilio con la divulgación científica hasta la fecha. Vamos con ella:

Comenzaba la década de 2010 al mismo tiempo que mi licenciatura en física daba sus últimos coletazos. Era una desincronización casi perfecta, tanto desde el punto de vista espacial como desde el temporal: acabar la carrera en uno de los peores momentos para ser un científico joven en España. Carrera difícil, por otra parte. Difícil, tanto por el propio contenido como por una situación personal atípica que, entre otras minucias, me obligaba a invertir más de tres horas de autobús cada día y otras tantas de trabajo como profesor particular.

Fue en medio de este ambiente desmotivador cuando descubrí Naukas, el grupo de divulgación científica con el que actualmente publico la inmensa mayoría de mis colaboraciones. Por aquel entonces yo tenía un blog de humor algo zafio, que aún conservo, aunque actualizo cada vez menos, llamado Ponga un mostrenco en su vida. Un día de 2011 escribí mi primer artículo de divulgación, un manual sobre observación de satélites artificiales, y me pareció inapropiado colgar algo tan serio en un blog que habitualmente trataba temas tan poco edificantes como meadas históricas o borracheras antológicas. Tuve pues el atrevimiento de ofrecérselo a aquellos simpáticos muchachos de Naukas (que entonces aún se llamaban amazings.es) que publicaban sobre ciencia. Para mi sorpresa, no solamente lo aceptaron sin dudar, sino que además me invitaron a formar parte de la red. De modo que me integré en la comunidad, primero a través de la blogosfera, y más tarde acudiendo a los eventos en directo. En resumen, empecé a “perder mi tiempo” en esa actividad que muchos consideran secundaria.

Foto de familia de Naukas Bilbao 2013

Foto de familia de Naukas Bilbao 2013

En aquel momento no lo sabía, pero aquella colaboración supondría un giro decisivo en mi vida. No exagero, hablo de un giro radical y totalmente impredecible que ha configurado prácticamente el cien por cien de mi vida actual, incluyendo el hecho de que esté escribiendo ahora estas líneas a 1400 km de mi casa.

En 2012 finalizo la carrera y comienzo a trabajar como ingeniero en una compañía de diseño de lentes oftálmicas (que es la forma erudita de decir lentes para gafas). En aquellos momentos sentía que había abandonado los estudios, como si fuese un adolescente dejando el instituto. Echaba de menos estudiar, leer con calma, comprender, … de modo que intenté estudiar en mi tiempo libre. Puede parecer una tontería, pero para un empollón vocacional como yo, aquellos fueron tiempos especialmente oscuros. La divulgación científica resultó ser un vehículo ideal para mantenerme cerca de los libros en aquellos años alejado de las aulas, y no bromeo cuando digo que me ayudó a mantener el sano juicio.

Y es que, aunque a menudo se nos olvide, la ciencia es una actividad humana. La interacción con colegas es fundamental a todos los niveles, desde el más académico de intercambio de información, hasta el más sentimental empuje para mantener la motivación. Quizá quede más claro si se expresa en negativo: es muy duro ir por la vida sin compañeros que compartan tus pasiones. Sobre las valiosísimas personas que allí conocí, a las que tengo el privilegio de poder llamar amigos, solamente diré que ellos saben quiénes son, aunque quizá no aprecien hasta qué punto han supuesto un punto de apoyo.

Llegado el año 2015, totalmente convencido de que estudiar es lo mío, decido planificar una salida ordenada para mi trabajo en óptica y conseguir un puesto de estudiante de doctorado. Actualizando mi currículum descubrí, no sin sorpresa, que contaba con cerca de 40 artículos de divulgación (además de una única coautoría en una revista de “alto impacto”: un cómic en la revista satírica El Jueves2). Ni corto ni perezoso, aclarando que no se trataban de artículos en revistas revisadas por pares, los añadí a mi lista de publicaciones… que de lo contrario hubiera estado totalmente vacía.

Y fue uno de esos currículums el que me ayudó a conseguir nada menos que la beca doctoral Marie Curie3 de la que disfruto actualmente en la Universidad de Wageningen. En los primeros emails que intercambié con mis ahora directores de tesis, no se referían a mí como físico, sino como periodista científico. Fue mi actividad divulgadora, único aspecto que dota a mi mediocre currículum de cierto toque distintivo, el elemento decisivo que inclinó la balanza.

Y esta es mi historia. Les ruego que me perdonen el autobombo, pero es la única historia que conozco bien. Juzguen ustedes si tengo o no motivos para mirar con buenos ojos la divulgación científica.

Notas:

1 Cita que también se atribuye al físico danés Niels Bohr. Es probable que ambos la pronunciasen, y, puestos a otorgar una precedencia en la autoría, Bohr cuenta con la ventaja de haber nacido cuatro décadas antes que Berra. Sin embargo, el historial de frases ingeniosas de Berra, increíblemente ubicadas a medio camino entre la genialidad y la ingenuidad (por no decir la idiotez), deja pequeño al del ilustre nobel danés.

2 P. Vera, P., Rodríguez Sánchez, «Ortega y Pacheco», El Jueves nº 1732 (August 2010), p. 45.

3 Beca que exige por mi parte, entre otras cosas, una dedicación mínima a actividades de divulgación científica dirigidas a un público general durante el período del que se disfruta. En mi caso, me compromete a dar al menos dos charlas ante un público no especializado y a diseñar un dispositivo de demostración para un museo. La actividad divulgadora se está popularizando enormemente, y cabe esperar que cada vez ocupe un puesto más relevante en la actividad investigadora profesional.