«Lo sé»

Calculé que tendría unos 13 años. Pero su maquillaje y desparpajo hacían que encajara en aquel salón sin levantar sospechas. Rodeada de hombres apuestos y vulnerables, se pavoneaba con un encanto abrumador, casi incisivo. Su piel era blanca y sus ojos color miel. Quería tocarla. Me acerqué y elegí la ridícula postura del príncipe disney para invitarla a bailar. Supuse que nadie advertiría que le triplicaba la edad.

Aceptó mi invitación y salimos a la pista en el momento en el que sonaba el inquietante pero precioso tema que Shigeru Umebayashi compuso para la película In the Mood for Love. Las escenas donde la seductora mujer coquetea con su amante se fueron sucediendo en mi cabeza. La mentira, el deseo, lo prohibido, todo de una belleza subversiva. Y yo bailando con esa diosa infantil. La acerqué fuerte contra mi pecho y sentí el suyo, diminuto, tierno, sencillo. Me miraba desde abajo, como hizo la perrita de mi hija Isabel antes de morir.

El último violín acompañó nuestros pasos. Uno, dos, tres… tres, dos, uno. Era un tema corto, me quedaba poco tiempo.

La música murió.

—Ven conmigo, soy nuevo en Hong Kong —le dije.

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Han pasado siete años desde aquella noche. Me han violado más de un centenar de veces. Ya no salgo a las duchas. Mi hija me trae esas toallitas húmedas para bebés y me limpio en la celda. Hace unos días mi compañero salió con la condicional. Así que ahora puedo asearme sin tener a un tipo mirándome la cicatriz. Era un ladrón más bien mediocre. Lo pillaron en pleno ataque de pánico después de robar su pensión a una pobre vieja. 

A mí me quedan 4 años y 11 meses. Después de mi viaje a Hong Kong todo sucedió muy rápido. Todavía podía sentir el olor de detrás de sus orejitas. Mis cálculos no fueron muy precisos, en realidad acababa de cumplir los 11. Me acompañó a mi hotel. La productora se había ocupado de todo y me habían instalado en una habitación suite con vistas al Pico Victoria. Mi princesa sabía muy bien lo que yo quería. Fue fácil enamorarse de ella en unas pocas horas. Ni tan siquiera los cortes que tenía en los brazos afeaban su transparente piel oriental.

Después de acariciarla durante varias horas, se puso a gatas y yo terminé de agasajarla. Ella así lo quería y lo disfrutó de veras, lo sé.

No volví a verla durante mi estancia. Pero las fotos me golpearon con fuerza al día siguiente de volver a España. Mi mujer me esperaba en el aeropuerto. Estaba radiante, todavía era una mujer hermosa, a sus 31 años ya no tenía una bonita piel pero estaba orgulloso de ella, había sido capaz de conservar esa vitalidad que tenía de niña.

Llegamos a casa y besé a mis hijos de 8 y 10 años, buenos chicos, con notas intachables y algunas medallas en sus respectivos deportes. Los acosté y después hice el amor con mi mujer.

Al día siguiente todo se vino abajo. Una imagen se hizo viral en el tiempo en el que tardé en tomarme el café. Yo, una maldita celebrity entrando en un hotel de Hong Kong con un niña de ¿11 años?, juro que pensé que eran 13. Mi mujer se levantó a vomitar después de leer el titular en su aplicación digital. La policía no tardó en venir a buscarme.

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A los pocos meses convinieron que la castración química era la solución (1) . Mi compañero de celda, anterior al fúnebre ladrón, consideró que era mucho más práctica la castración al uso. La vida es paradójica, me habían encarcelado con un tipo que sufrió abusos cuando era niño. No me dio tiempo a explicarle que yo no abusaba de nadie, que todo fue un acto de amor. Me inmovilizaron entre cuatro presos y con una navaja oxidada me cortaron el pene. Después me lo metieron en la boca y me obligaron a masticarlo lo suficiente como para tragármelo.

El fiscal consideró que ya no era necesaria la castración química.

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Ahora acudo a una terapia de grupo para pederastas (2). El pederasta sin rabo, así me llaman en la cárcel. Mi terapeuta dice que estoy haciendo grandes progresos, que quizá los resultados de mis tests animen a los revisores a plantear una rebaja en mi condena. Mi hija Isabel estará contenta. Sé que me echa de menos, no es como mi princesa china pero pasamos buenos ratos cuando era pequeña. Y me sigue queriendo, lo sé.

Ilustración: Henn Kim

Ilustración: Henn Kim

«¿Queréis saber cómo arrebatar a un niño todo lo que le hace ser niño? Folláoslo.

 Folláoslo de forma continuada. Pegadle. Dejadlo inmovilizado contra el suelo y metedle cosas en el interior del cuerpo. Contadle cosas de sí mismo que solo pueden ser ciertas en las mentes más jóvenes, antes de que la lógica y la razón se hayan formado del todo; esas cosas se adueñarán de él, y se convertirán en una parte integral e incuestionable de su ser».

 James Rodhes, Instrumental, Blackie Books, 2015

  • Notas:
  • (1) La castración química consiste en la administración de agonistas de la LH-RH que bloquean la producción de TST. Sólo se emplea en pacientes con cáncer de próstata metastásico o en casos de pederastia.
  • (2) La Real Academia Española define la pederastia (en su segunda acepción) como el abuso sexual cometido con niños.