«Hemos escrito un libro que destila vida para hablar de la enfermedad y la muerte»

Durante todos estos años no he pasado ni un solo día sin recordar a aquellos profesionales del Servicio de Oncología Infantil del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Fue a principios de los 80, y pusieron tanto empeño y dedicación en nuestro cuidado, que nunca lo olvidaré.  Siempre he pensado que el personal sanitario anda sobrado de solidaridad y corresponsabilidad, de otro modo no estarían trabajando a destajo —y sin disponer de los medios adecuados— para curarnos de esta pandemia. Ojalá sepamos estar a su altura.

Desde mi casa y en semejantes circunstancias, me he puesto a pensar en «el confinamiento» al que fuimos abocadas mi madre y yo a causa del dichoso cáncer. En esa época, cuando internet todavía se estaba gestando, Ausencia, el cáncer y yo, nos desplazamos desde una pequeña ciudad del noroeste de España para recibir tratamiento en una gran urbe. Y también, Ausencia, el cáncer y yo, tuvimos que convivir durante tres largos años con diversos personajes en un barrio de la periferia de Madrid encajado entre dos macro hospitales.

He utilizado mi mirada de entonces, la vivacidad que tenía de niña, para abordar el relato. A medida que avanza el texto conoceréis a la preadolescente que fui, ¡siempre tan mordaz por cierto! Y descubriréis el carácter poliédrico del cáncer, cuyos efectos secundarios impactan, no solo sobre la esfera personal y familiar, sino también sobre la económica y educacional. La importancia de esta última en la vida de las chavalas y chavales con cáncer es esencial. El trabajo de los profesores, en su mayoría vocacional y del que pronto nos olvidamos, contribuye a normalizar la difícil situación que vivimos. Ellos evitan que se produzca el aislamiento hospitalario y con ello el riesgo de quedar excluidos del sistema escolar.

Por el texto desfilan de la misma manera personajes absolutamente castizos, seres humanos que permanecen unidos al sistema por un fino hilo y que, como consecuencia de la enfermedad, hacen equilibrios para no caer en la pobreza más absoluta. Se cuelan personas solidarias, concretamente una familia no impuesta que hizo que me sintiera tan afortunada como agradecida. Una familia que nos acompañó en la cara A pero también en la B, la más ingrata de nuestra existencia. Y como en toda cara B de los discos —donde apenas encontramos algún tema bueno—la crónica no evita los ratos malos. Retrata, con crudeza, la miseria humana que encarnan algunas personas cuyo plan es aprovechar los momentos más vulnerables en la vida de los demás para hacer caja. Chamanes, charlatanes, gentes sin escrúpulos que con sus pseudoterapias prometen curarte el cáncer a cambio de cantidades astronómicas de dinero.

Han tenido que pasar muchos años para ser capaz, desde la madurez, de escribir un texto tan personal. Solo ahora, desde la distancia y la serenidad que aporta el paso del tiempo, he sido capaz de darle voz a aquella niña que aún hoy comparte conmigo el mismo sentido del humor, anhelos y miedos de entonces. El punto de inflexión vino con la muerte de Ausencia y la llegada de nuestros sobrinos. En ese momento, la niña del pasado regresó con fuerza exigiéndome su espacio y su propia voz. Quería compartir con sus queridos sobrinos la infancia que tuvo. Seguramente con la esperanza de dejarles su experiencia para que, a medida que vayan creciendo, sean conscientes de que existen realidades múltiples y diversas. Aunque, no descarto la posibilidad de que la niña que fui quiera reivindicar la necesidad de que los adultos visibilicen los daños colaterales que trae el cáncer. Daños devastadores que escribo con voz de mujer, la mía, para hablar de cáncer, discapacidad y pobreza.

He escrito un libro que destila vida para hablar de la enfermedad y la muerte. Ojalá esa vitalidad os lleve a bucear en vuestros recuerdos de infancia. Yo lo he hecho al escribirlo, he revivido aquel Madrid libre de globalización y gentrificación, aquel Madrid con sabor cuyos habitantes eran capaces de abrazar a una familia recién llegada.

Por último, quiero llamar la atención de aquellos políticos que se sirven de la metáfora bélica en sus discursos políticos en torno a esta enfermedad —«El cáncer invadió nuestro partido», «el cáncer conquistó nuestra banca»— para pedirles que inviertan más en investigación y menos en la industria armamentística. Sergio y yo, por nuestra parte, destinaremos los beneficios de este libro a la investigación contra el cáncer. No puedo evitar pensar en la sonrisa cándida que me regalaría Ausencia mientras dice: «Esta Mari…».

Carmen Rodríguez y Sergio Castro – Profesor10demates

¡NO TE QUEDES SIN TU EJEMPLAR!