«Famoso» por Lorena Arana Valencia

Me contó mi amigo, el que es bastante oganesón, que estuvo viviendo en Livermorio estos años. Me narró sus viajes a Moscovio y de verdad cuesta creer que Laurencio; el mismo que, antaño, andaba en malos pasos con el Tulio y el Lutecio; ahora sea un hombre excelso y respetable; casi copernicio, einstenio, si es que se puede decir.
Con su lenguaje refinado, me hablaba maravillas del estado de Californio, en Norte Americio, donde también estudió inglés unos meses. Mientras lo escuchaba; yo, Curio, solo recordaba a ese niño orejón, con cara de indio, al que en la escuela apodábamos Dubnio, como el elefante. ¡Y vea a dónde ha ido a parar! Solo le falta conocer Plutonio, Neptunio y quizá Uranio, será.
Y yo aquí, con mi sueño de ganar el Nobelio. Hasta vergüenza me da, que esa sea la ilusión de mi vida. Parece artificial, ¿no? Como el cloro que le echo a las piscinas en mi trabajo, como las joyas de platino. Quiero que hablen de mí en la radio, pero solo mencionan lo que pasa en Francio, por allá en Europio. Inclusive de Mercurio, antes que hablar de mí. Que hallaron oro no sé dónde diantres, que a Supermán le hace daño la Kriptón, que ya hasta salió un torio de tres patas, un radón con cinco ojos. Ni sé.
A veces, me siento como un xenón. Dejar pasar los años así, persiguiendo un imposible, una fantasía. Pero es que me lo prometio a diario: Me van a descubrir, voy a ser un artista reconocido hasta en el Polonio Sur. Ya le dije a mi mujer: «Mija, no se preocupe. Nos vamos a ir del bario. Plata es lo que va a haber». Será ese el problema, que solo pienso en billetes. Me destellan, como el neón. Me pervierten. No falta sino que, por esta codicia, empiece a oler a azufre por aquí. ¡Ay, Dios nos guarde y nos libre! Hay gente que, incluso, plomo da por unos pesos y yo que anhelo tener casi un renio para mí, pa’ mi mujer, pa’ mis hijos. Así, con coronas y todo.
¿Dónde habrá un fósforo para prenderle una vela a la Virgen? A ver si me hace el milagrito. Como me dice mi amigo el Samario que vive acá en la cuadra: «Ajá, paciencia, mi hermano». Pero es que este corazón mío es como de hierro, de titanio. Tiene fuerza. No dejo de hacerme ideas, me consume el cesio. Es la mente, entonces. De pronto, el potasio se me bajó y ya ando alucinando. El calcio, quién sabe. No vaya a pelar yo el cobre haciendo quién sabe qué cosas por dinero, por comprar ropa de Bohrio, relojes Hassio, carteras Seaborgio para mi esposa. Vivir, por fin, nuestro iridio de amor; el que le vengo prometiendo desde que nos casamos.
Me da vergüenza con su papá, cuando lo veo. Don Escandio, que me la confió dizque para que le diera la gran vida, aquella vez que se me ocurrió montar el dichoso circonio ese. Yo joven, convencido de que íbamos a viajar por el país lucrándonos de lo lindo. Pero, ese payaso Wolframio me la hizo con Holmio, el trapecista y el desgraciado de Germanio, que era mi mano derecha. Y yo inocente, como un ciego, mientras me gastaba los ahorros de mi vida; incluidos los de las propinas de mesero, de cuando era muchacho. Paladio bauticé el lugar. Lindo nombre para arruinarse. Y cuando quebré, lo poco que me quedó me lo gasté en el bario de la esquina de la casa. Me bebí todo, hasta el último pedazo de níquel. Caí en depresión. En esa época estaba de moda la música de Selenio. Y mi mujer, en lugar de dejarme, se iba a cantar y a llorar conmigo. No bebía, pero estaba triste. Claro, también se habían roto todas sus ilusiones.
Escribir el libro, eso fue lo que me salvó.
Hace unos días, el viejo Helio me estuvo ofreciendo torcidos por buena paga; pero, yo bismuto, disprosio eso. Vea, es que yo prefiero tomar arsénico, yodo, flúor, antes que salir a hacer el mal. En cerio, no bromo. Mejor dicho, el oxígeno que respiro siempre está limpio, no terbio, sin cargos de conciencia. Esa, cuando arde, es duro, como el aluminio caliente; como quemar hidrógeno.
Me levanto de la cama. Salgo, miro a la gente, los edificios, las luces, el astato de las calles. Pienso en Laurencio, en esa nueva versión que le conocí. Yo, en cambio, sigo con mi libro debajo del brazo o en la mochila. Interesante sí es, pues lo que le he contado aquí es un abrebocas. Imagínese: ¿Qué piscinero conoce usted, que haya quebrado un circonio, lo haya engañado un payaso y sueñe con ganarse el Nobelio? Pero, bueno, aquí continúo esperando a ver qué pasa, cuándo llega la bendita suerte, cuándo cuaja esto, cuándo me vuelvo famoso.

Relato ganador del concurso «Relatos Elementales».

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