Los límites del cuerpo humano y la experimentación médica bajo el Nazismo (I parte)

27 de junio de 1947, Palacio de Justicia de Nuremberg, zona de ocupación militar de los Estados Unidos:

—Haga pasar al testigo Karl Holleinreiner —ordenó al ujier Walter B. Beals, presidente del Tribunal Militar Internacional.

I Tribunal Militar Internacional durante el Juicio a los Doctores (1946 – 1947). Walter Burges Beals (presidente), Victor C. Swearingen, Harold L. Sebring y Johnson T. Crawford.

Pocos segundos más tarde, un superviviente del campo de concentración de Dachau se presentó en la sala. Karl Höllenrainer había sido un mischling ersten grades, es decir, un mestizo de primer grado de “etnia gitana”, según la terminología racial alemana, que había sido enviado a los campos de concentración de Auschwitz, Buchenwald y Dachau tras casarse con una joven germana de la que se había enamorado.

La Ley de Ciudadanía del Reich (1935) les había permitido conservar la nacionalidad a estos mischling, pero les había impuesto la prohibición de contraer matrimonio con alemanas arias. La violación de esta disposición se castigaba con penas de prisión acompañadas de trabajos forzosos según la Ley para la Protección de la Sangre Alemana y el Honor Alemán (1935).

—¿Cree que sería capaz de reconocer al acusado de los hechos si lo viera hoy en esta sala? —preguntó el fiscal estadounidense Alexander G. Hardy.

—Sí—respondió Höllenrainer—. Le reconocería de inmediato.

Höllenrainer caminó por el estrado acercándose a la tribuna de los acusados de su derecha mientras recorría con la mirada la segunda bancada hasta posarse en un hombre de marcados hoyuelos y cinco cicatrices de duelista en la mejilla izquierda.

Banquillo de los acusados del Juicio a los Doctores (Karl Brand et al, 1945 – 1946).

En un abrir y cerrar de ojos, el testigo desapareció del estrado y se abalanzaba hacia el banquillo de los acusados empuñando una daga con el brazo derecho extendido, sobrevolando a los abogados de la defensa, en dirección al Dr. Wilhelm Beiglböck, médico de las fuerzas aéreas alemanas.

El caos se apoderó de la sala de justicia durante unos instantes. Los abogados de la defensa, situados delante de los prisioneros, intentaron apartarse de la dirección del agresor mientras tres policías militares se abalanzaban para detener a Karl Höllenrainer.

—¡Detengan a ese hombre!—exclamó el presidente del Tribunal. Los guardias americanos lo redujeron en seguida.

Tras algunos minutos para restablecer el orden en la sala, los guardias condujeron a Karl Höllenrainer ante el Walter Beals, el juez que presidía la sesión.

—¡Testigo! —vociferó el enfadado juez—. Ha sido convocado ante este Tribunal como testigo para dar testimonio.

—Sí —respondió tímidamente.

—Esto es una Corte de Justicia -rugió Beals.

—Sí —susurró Höllerainer, temblando más que antes.

—¡Y por su conducta, al intentar atacar al acusado Beiglböck, ha atentado contra este Tribunal!

El testigo, convertido ahora en acusado, suplicó al juez:

—Su señoría, por favor, perdone mi conducta. Estoy tan exaltado –el juez interrumpió y pidió al testigo si tenía algo más que decir para justificar de su conducta:

—Su señoría, discúlpeme. Estoy tan exaltado. Ese hombre es un asesino —rogó, señalando al inexpresivo Dr. Beiglböck—. ¡Ha arruinado mi vida!

El juez le respondió al testigo que aquella explicación no disculpaba su comportamiento. Había insultado al Tribunal e interferido en el debido proceso, por lo cual sería condenado a prisión.

Höllenrainer habló entonces en voz baja, suplicante y deshaciéndose entre lágrimas.

—¿Me perdonará el Tribunal? Por favor, estoy casado y tengo un hijo pequeño —señaló al Dr. Beiglböck—, este hombre es un asesino, ha destrozado mi salud. Por favor no me envíen a la cárcel.

El juez no mostró clemencia. En su lugar, Beals pidió al guarda que se llevaran a Karl Höllenrainer de la sala:

—Retiren al prisionero. Permanecerá confinado noventa días.

Karl Höllenrainer fue retirado de la sala y conducido a lo largo de un largo pasillo de seguridad hacia el mismo complejo penal donde el Dr. Beiglböck y otros criminales nazis permanecían detenidos a la espera de su sentencia. Pero a diferencia de los jerarcas, médicos, militares y jueces que poblaban aquel lugar, Karl Höllenrainer conocía bien lo que era la prisión.

Pasillo del ala de los detenidos de la Prisión de Nuremberg. Los guardias bálticos, bajo la supervisión de las autoridades estadounidenses, vigilaban constantemente a los encausados mientras permanecían en sus celdas (20 Nov. 1945 - 1 Oct. 1946)

En su estancia en Dachau, había sido privado de alimento, posteriormente forzado a beber agua de mar químicamente procesada y monitorizado para estudiar el fallo hepático y la encefalopatía o locura hepática consecuente. Durante el experimento, un médico de la Lufwaffe le había extraído parte del hígado sin anestesia con el fin de evaluar el daño tisular provocado. El cirujano que había sostenido el bisturí había sido el Dr. Beiglböck.