«El ocaso de Margarita» por Javier Burgos

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La princesa Yasmin Aga Khan vivió uno de los momentos más terribles de su vida junto a su madre. La cotidianidad del momento no le permitió anticipar la brecha que se abriría en el pecho de la hija del príncipe Ali Salman Aga Khan, y que haría cambiar su vida entera para siempre a partir de ese instante fatídico. Ambas estaban sentadas frente al espejo. Su madre, de nombre Margarita, se giró de repente hacia ella y le preguntó: «¿Quién eres tú?». Su madre tenía en ese momento cuarenta y dos años. Ella once.

Margarita, que empezó a bailar a los cuatro años, era bebedora habitual. Su padre, Eduardo Cansino, un bailarín sevillano de origen sefardí, también era alcohólico. Obligaba a bailar a su hija por un puñado de dólares. Margarita contoneaba su voluptuoso cuerpo de Lolita en los antros de mala muerte de la ciudad fronteriza de Tijuana. Dicen las malas lenguas que su padre le pegaba y abusaba de ella. Su madre, Volga, acabó muriendo también como consecuencia del alcohol. Eduardo y Volga habían alcanzado la soñada isla de Ellis en 1913, la principal aduana de la ciudad de Nueva York en esos años previos al crack económico. Cinco años más tarde, Margarita nacía en un humilde apartamento del neoyorquino barrio de Brooklyn.

La princesa Yasmin fue la hija del tercer matrimonio de Margarita. A partir de ese momento de doloroso recuerdo, su madre empezó a dejar de recordar las vivencias más cotidianas. Solía hacerle una y otra vez las mismas preguntas cuando la recogía del colegio, como si las hubiera olvidado nada más enunciarlas. Sus amigos y compañeros de profesión tenían claro lo que le pasaba a Margarita; sus devaneos eran consecuencia de las frecuentes borracheras de antaño. Margarita decía oír voces fuera de la casa, y siempre creía que iban a entrar a robar. La policía acudía constantemente a su casa a certificar de forma irremediable la ausencia de sospechosos. A veces Yasmin la sorprendía lanzando la comida fuera de la alacena. Un día dejó de recordar el nombre del presidente de los Estados Unidos, y ya nunca más fue capaz de acordarse del día en el que vivía. Los médicos le diagnosticaron demencia por alcoholismo. Corrían los años sesenta, y su meteórica carrera como bailarina y actriz empezaba a desmoronarse.

Pero Yasmin no acababa de estar convencida con el diagnóstico. Su madre perdía memoria, eso era cierto, pero también mostraba signos de desorientación, mostrándose confundida y atemorizada. Lo que fuera que estaba acabando con su memoria y con su carrera no podía ser sólo consecuencia de su alcoholismo. Era otra cosa.

En 1979 el psiquiatra neoyorquino Ronald Fieve sometió a Margarita a un TAC y a una batería de pruebas de memoria. Y construyó un diagnóstico radicalmente diferente a la patología determinada por sus médicos dos décadas antes: Margarita se encontraba plenamente inmersa en la fase de demencia de la enfermedad de alzhéimer. Dos años más tarde, el diagnóstico se hizo público. Margarita murió en el año 1987, con tan solo sesenta y ocho años. Veintisiete años después de la conversación que heló la sangre a su hija pequeña.

Hoy en día Margarita hubiese sido diagnosticada de enfermedad de alzhéimer de aparición temprana, la más rara de las variantes de este proceso neurodegenerativo que ya supera los cuarenta millones de enfermos en todo el mundo, y que se ha convertido en una de las grandes pandemias de nuestro siglo. Pero en los años setenta nadie sabía a ciencia cierta qué les ocurría a este tipo de enfermos, y muy poca gente, médicos incluidos, había oído hablar de la enfermedad del olvido. Alois Alzheimer, el psiquiatra alemán que describió por vez primera el mal que llevaría su nombre por recomendación de su mentor Emil Kraepelin, había muerto en 1915, tan solo tres años antes de que naciera Margarita. En aquellos lejanos años setenta la enfermedad era infradiagnosticada, los pacientes sobremedicados y enviados a menudo a instituciones mentales y a psiquiátricos.

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Pero Margarita, Margarita Carmen Cansino, ya pertenecía al olimpo de los años dorados del cine de Hollywood. Alcanzó la fama entre los soldados americanos que volvían del frente de la Segunda Guerra Mundial utilizando como arma de seducción masiva la sensualidad del contoneo de su cuerpo en la gran pantalla en las películas en blanco y negro, aquéllas que nos retrotraen al cine más canalla que ha vivido la meca del séptimo arte norteamericano. Margarita se convirtió en la diosa de las divas de aquellas películas sin happy end, donde el tipo duro podía abofetear a la estrella de turno, la cual conseguía enredar con sus ojos desafiantes y su pelo cobrizo al más galán de los granujas. Dicen que fue Maggie Mascel quien decidió cambiar su color de pelo, del negro latino al pelirrojo más encendido. Los productores de la Columbia decidieron transmutar su nombre a uno más americano. Era un cambio necesario para que la mujer más bella del mundo alcanzara las más altas cotas de popularidad y, por ende, de beneficio. Así que añadieron una y al apellido de su madre, Volga Haworth.

Rita mira a la cámara y canta «Put the blame on Mame» destilando un erotismo único con cada movimiento de cadera, con cada nota que entona su voz, y cuenta una historia de desamor tras el terremoto que asola San Francisco. Pero el verdadero terremoto es ella, levanta sus cabellos rojizos con ambos brazos en un fotograma que quedará fijado en la retina de todos los hombres de todas las generaciones pasadas y de todas aquellas que han de venir a partir de ese momento mágico donde en la pantalla se congela una iconografía eterna. Rita mira insinuante a Glenn Ford, que le devuelve una mirada plagada de rabia y reproche. Gilda baja sensualmente el largo guante negro y lo lanza al entregado público, que lo recibe entre vítores y algarabías, mientras Johnny Farrell mantiene impasible su desafío con orgullo. Y es esta imagen la que quedará ya para siempre para el inmortal imaginario de un cine que fue y que nunca más volverá.

La autopsia de Margarita Carmen Cansino acabó por confirmar las huellas típicas de la enfermedad de Alzheimer en su cerebro, esto es, las placas seniles y los ovillos neurofibrilares que ya describió Alois Alzheimer en la primera paciente diagnosticada de la historia; Auguste Deter. Con Rita Hayworth la popularidad del mal de Alzheimer consiguió alcanzar cuotas planetarias, democratizándose de una vez por todas el conocimiento de la existencia de esta enfermedad. Su hija Yasmin Aga Khan es actualmente presidenta de la organización Alzheimer’s Disease International y una reconocida filántropa en la lucha contra el alzhéimer.

Esta entrada participa en la convocatoria que ha organizado Dolores Bueno para el 21 de septiembre, Día Mundial del Alzhéimer. 

Fuente: Vanity Fair