«De su capacidad para hacer Ciencia, no dudaron nunca»

Y, en realidad, ellos tampoco: de otra forma no habrían necesitado interponer tantas barreras para impedirles la entrada. Que si no deben estudiar, que se fatigará su cerebro y no podrán tener hijos. Que, si acaso, se hagan maestras (de niñas) o enfermeras (a nuestro servicio). Pero, por si alguna se nos escapa: no les dejaremos ejercer, aunque sean doctoras en Medicina (que tengan -ya que lo tienen- el título, pero no la profesión). Que si no les vamos a dejar ser socias de las Academias de Ciencias (si hace falta, votaremos unánimemente en contra), que ya presentaremos con nuestros nombres sus descubrimientos. Mucho mejor: evitar que se asomen a las Ciencias (las quitaremos de los programas de estudios a los que accedan), no sea que vayan a entenderlas. Así podremos usar nuestra palabra como científicos para decirles lo que son y lo que pueden y deben o no deben.

Pero algunas resultaron inmunes a estos discursos, se asomaron a las Ciencias, las entendieron, y hasta consiguieron trabajar en ellas – no muchas, no mucho tiempo, claro. Es difícil cuando tu profesor y mentor ha escrito un libro titulado La indigencia espiritual del sexo femenino. Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica (1908). O cuando en el publicado en 1920 por un científico al que admiras, el mismo que te invita a su cátedra para que expliques a sus alumnos los fundamentos de la genética, lees: «Insistimos una vez más en el carácter sexualmente anormal de estas mujeres que saltan al campo de las actividades masculinas y en él logran conquistar un lugar preeminente». Cómo no dudar de si eres mujer o si eres científica. Cuesta aceptar ahora [cuánto más hace un siglo] que las palabras escritas por un científico puede que no sean ciencia.

Es sorprendente, sí, que en la España del primer tercio del siglo XX existieran mujeres científicas (más de las que creemos, menos de las que hubieran podido ser). Y que, además de unos trabajos científicos impecables, nos dejaran en herencia un camino más abierto, empeñadas como estuvieron en que las niñas a las que otras maestras dieran clase pudieran, de verdad, estudiar ciencias.

De todo esto hablamos en este libro, a través de una muestra de doce mujeres nacidas entre 1862 y 1904 en diferentes partes de la geografía española, de las que contamos (lo que sabemos de) sus trayectorias vitales y sus trabajos científicos. Y también, pues así lo creemos necesario, describimos el contexto científico, social y político en el que estas vidas y trabajos se desarrollaron.

Lo hacemos así, dedicando a ellas este libro, a la espera de que las vías principales de transmisión del conocimiento (científico, en concreto) y de la historia (la historia de la ciencia, por ejemplo) incluya por fin a toda la humanidad en su relato. Con la esperanza de que quienes hoy transitan por el mundo, y en especial quienes se asoman a las Ciencias, no duden de que sí, que ya antes, incluso aquí, hubo mujeres que no dudaron de su capacidad para hacer Ciencia, y que la hicieron.

Isabel Delgado

Mª José Barral

Carmen Magallón

¡NO TE QUEDES SIN TU EJEMPLAR!