«De las praderas paleolíticas a la hoja de papel» por Clara Cerviño

Esta semana he viajado en el tiempo y aterrizado en la cueva de Altamira. No podéis imaginar mi asombro al ver en las rocas milenarias las pinturas de los pardos y fornidos bisontes de las praderas paleolíticas. Tan vivos que parece que van a empezar a correr de un lado a otro asustados por mi súbita presencia. Ahí están, en la profundidad de la tierra, al abrigo de las inclemencias del tiempo. Mientras los observo detenidamente no puedo dejar de pensar en qué condiciones y con qué materiales habrán sido hechas estas pinturas rupestres…un ambiente de lo más místico cuando lo iluminas con la tímida luz de una vela. Sobre todo hay una idea que me fascina, todo lo dibujado allí dentro estará hecho de memoria, imágenes grabadas en las retinas de los primeros artistas que combinaron prodigiosamente colores y volúmenes, dándole un halo realista de lo más sobrecogedor teniendo en cuenta que las posturas de trabajo debían ser imposibles. Los imagino retorcidos y con un campo de visión muy reducido, dibujando a la luz de las antorchas, arrojando sombras, palpando, buscando la imagen en los accidentes de la propia roca con una mano y dejando que sea la otra la que sutilmente marque las líneas certeras.

Pintura de un bisón

Clara Cerviño
«El bisonte encogido, Paleolítico (14500 BP)»
Santillana del Mar, Cantabria

Últimamente he leído que «La mayor innovación de la historia de la humanidad no fueron ni las herramientas de piedra ni las espadas de hierro, sino la invención de la expresión simbólica por parte de los primeros artistas» ¡Cuánta razón en estas palabras!

Dejando las cuevas al norte y tras una larga travesía por el Nilo bajo la atenta mirada de los grandes reyes del desierto llegué a mi destino, la tumba de Nebamun y sus murales pintados 1400 años antes de nuestro año cero.

Me atrevo a pensar que como yo, muchos de vosotros habréis interpretado la lateralidad de las figuras egipcias como un capricho de un rey al que le gustase su nariz, o quizás una moda entre los habitantes de las antiguas pirámides, pero nada más lejos de la realidad. Los artistas egipcios tenían un sentido muy estricto de la interpretación de la imagen, todo debía estar representado en su ángulo más característico. Pensadlo por un momento ¿No es el perfil la vista que aporta más información sobre el objeto? Era su deber preservar cada figura tan clara y permanente como fuera posible y no cabe duda de que lo lograron. A medida que me fijaba en las diferentes figuras me percaté de que muchas de ellas me habían acompañado durante mi travesía por el  río.

En la bulliciosa Caza entre papiros vemos, además de a otras aves, tres garzas que intentan desesperadamente zafarse de su verdugo, el propio Nebamun; cañas de papiro; flores de loto; un gato mordiendo el ala de un pato; peces bajo la barca y por supuesto a su mujer y su hija, como ocurre en la mayoría de pinturas egipcias, de colores más claros y en tamaños proporcionales al lugar que ocupaban dentro de la jerarquía.

Tras varias horas ante aquellas detalladas y estudiadas composiciones no cabía duda, no era sólo una cuestión de decoración, hay una clara intención de contar, transmitir mediante el uso de la pintura qué había en Egipto sin dejar lugar a la ambigüedad, nadie podría dudar si se trataba de patos o garzas y por si aún queda algún incrédulo, echad un ojo a las ocas de Meidum, ¡un claro ejemplo de que la ilustración científica nos acompaña desde el albor de los tiempos!

Dibujo de un papiro

Clara Cerviño
«Caza entre papiros, Tumba de Nebamun (1400-1350 a.C)»
Antiguo Egipto

Abrumada por estos pensamientos llegué sin darme cuenta al Mediterráneo oriental, más concretamente a la isla de Creta, donde, al mismo tiempo que la civilización Egipcia, surgía la civilización Minoica. Os cuento esto porque el pueblo minoico fue muy probablemente la semilla que dio origen a la civilización que asumimos como propia, tras ellos llegaron los micénicos y un tiempo después los griegos y los romanos dejando tras de sí innumerables piezas de arte cargadas de simbolismo, mitos y leyendas ¡ni más ni menos que 3000 años de historia! Pero no dejemos que los dioses nos nublen la mente y nos distraigan de nuestro objetivo.

Me gustaría, a lo largo de esta jornada, haceros partícipes de la evolución en la forma de representación, el paso de las figuras rígidas, planas y de colores uniformes a las figuras vivas y con volumen de los primeros siglos de nuestra historia. Como ejemplo de la primera tenemos los famosos delfines de Knossos (fresco encontrado en el palacio del mismo nombre perteneciente al período Minoico tardío, 2000 a.C.), planos y sencillos, de alguna forma similares a los animales de los frescos egipcios; la segunda es un fragmento de un mural romano de la desaparecida ciudad de Pompeya (79 d.C.), donde vemos representados una mayor variedad de peces y que llama la atención por el trabajo de la profundidad y el empleo de la luz ¡dos básicos de la ilustración realista!

Resguardada del calor bajo la sombra de un olivo milenario, me surgió la siguiente pregunta: Asumiendo que los sistemas sensoriales de los artistas egipcios, cretenses, micénicos, griegos y romanos eran prácticamente los mismos… ¿Por qué esperar 1500 años para empezar a cambiar la forma de representar? ¿Qué avivó ese deseo de descubrir nuevas formas de representar la realidad que tenían ante sus ojos?

Parece que una explicación plausible es la aparición de la filosofía, la ciencia o la  poesía, siendo estas puertas a mundos completamente nuevos, mundos muy alejados de los de los reyes (Egipto, Creta) o los dioses (Grecia) para los cuales existían estrictas normas y estándares de representación. O quizás fue simplemente la curiosidad, la búsqueda de la perfección o incluso el aburrimiento de algunos artistas temerarios. Lo maravilloso es que a partir de este momento las técnicas pictóricas evolucionaron y todavía evolucionan a una velocidad vertiginosa, aunque no adelantemos acontecimientos, tras un salto de 3000 años hay que tomarse un respiro y digerir todas las novedades.

Pintura de los delfines

Clara Cerviño 
«Fresco de Delfines del palacio de Knossos (1800-1400 a.C)»
Creta, Grecia

Es triste pensar que tras los aciagos acontecimientos ocurridos durante la Edad Media, todo este conocimiento que tanto trabajo había costado alcanzar, fuese poco a poco abandonado y olvidado ocupando rincones prohibidos en las bibliotecas. El arte y la literatura se vieron relegadas a los mudos de la liturgia y las altas cunas y un negro manto cubrió todo atisbo de innovación o progreso. Los libros y con ellos las ilustraciones que contenían fueron copiados una y mil veces  con la consecuente deformación de lo que en un inicio fue el resultado de la observación directa de la naturaleza. Las plantas de los muy comunes herbarios por aquel entonces fueron en muchas ocasiones antropomorfizadas y deformadas perdiendo todo parecido con la realidad y convirtiéndose en meros elementos decorativos. Lo mismo ocurrió con los famosos bestiarios, compendios de bestias muy populares por sus enseñanzas morales y referencias simbólicas descartando toda semejanza de los allí representados con su equivalente forma viviente.

Buena época, sin embargo, para la caligrafía, cientos de monjes durante horas y horas a lo largo de 1000 años copiando volúmenes interminables a la luz de las velas, no es de extrañar que se permitieran libertades y dejaran volar su imaginación más allá de los sagrados muros que los cobijaban.

Afortunadamente, al menos para el tema que nos atañe, los tiempos cambiaron y como no podía ser menos las mentes inquietas comenzaron a salir de su obligado letargo echando la  vista atrás en busca de los silenciados maestros. Así los grandes observadores y estudiosos de la naturaleza de la época clásica volvieron a la vida en las mentes de los artistas del renacimiento (dejando el camino labrado para plantar la semilla de la ilustración un par de siglos después).

Los pintores fueron liberados de los palacios y los templos y volvieron a la naturaleza, a la observación directa de los fenómenos naturales, a la observación de las partes para llegar a la compresión del todo. Y en todo esto, sin lugar a dudas, Leonardo da Vinci fue el maestro, el artista renacentista por excelencia, y no únicamente por las obras por todos conocidas, sino también, y en nuestro caso más relevante, por sus estudios naturales y de la anatomía humana abriendo, junto con otros pintores de la época, las puertas de la ilustración naturalista tal y como la conocemos hoy en día. Los ilustradores abandonaron las ilustraciones predefinidas, se percataron de que la naturaleza no puede ser imitada o “transcrita”, sino que primero debían observar cada una de las partes, desmenuzarlas en pequeñas unidades, entenderlas y finalmente ensamblarlas de nuevo. La conquista del naturalismo será el resultado de una acumulación gradual de correcciones a partir de la observación de la realidad, o si lo preferís, el principio de los cánones de representación.

Clara Cerviño «House of Golden Ocelot»

Clara Cerviño
«Freso de la Casa del Brazalete de Oro (Sigo I d.C)»
Pompeya, Italia

Si os paráis a pensarlo por un momento, todos nuestros protagonistas (pintores prehistóricos, egipcios, griegos, romanos…) han conseguido, a través de sus representaciones, allegarnos a la realidad de la que fueron testigos ilustrando seres vivos de los que disponían un amplio y familiar registro de formas y funciones almacenado en sus mentes. Pero lo que ocurrió tras el fin de la edad media, y en concreto tras el descubrimiento de América, implicó un cambio radical que rompió los esquemas existentes en cuanto al mundo natural.

Imaginaos la cara de los primeros conquistadores que desembarcaron en América, encontrándose ante sus ojos un lugar lleno de cosas asombrosas e inimaginables, personas, animales, plantas, edificaciones y paisajes nunca vistos por ojos “civilizados” ¿Cómo podían justificar ante su rey la existencia de todo ello? ¡Exacto! Catalogando absolutamente todo. Por aquel entonces, la inexistencia de la fotografía, las cámaras de video o los Smartphone sólo dejaba lugar al lápiz y papel, y así fue como la ilustración científica alcanzó su máximo esplendor.

Fue una época llena de descubrimientos y capitanes intrépidos que surcaban los mares en búsqueda de aventuras y nuevas tierras. Barcos repletos de cartas náuticas y mapas, gabinetes para científicos (llamados filósofos de la naturaleza en aquel momento) atiborrados de botes y cajas con especímenes viajando de un lado para otro en un intento obsesivo de llevar a casa la máxima cantidad posible de exóticos tesoros. Llegado este punto, la necesidad de encontrar un sistema que pusiera un poco de orden en todo lo que iban encontrando fue imperante. La solución llegó a manos del botánico Carl von Linné que inventó la nomenclatura binomial (consistente en adjudicar dos nombres a cada planta o animal, el primero genérico y el segundo específico). No sólo ideó el sistema de clasificación natural que se sigue utilizando hoy en día, sino que permitió la universalización de los nombres favoreciendo así el entendimiento entre científicos de todo el mundo.

No nos queda más que preparar el equipaje, escoger una buena tripulación y lanzarse a la aventura. Os recomiendo dejar a un lado las tinieblas medievales y dejar que sea la razón la que nos alumbre durante este recorrido por la edad moderna. ¡Soltad amarres y levad anclas!

Después de una larguísima travesía por el océano Atlántico el corto viaje desde la nave hasta la orilla en la pequeña barca de remos se antoja interminable. La expectación por recrear el momento en que los antiguos filósofos de la naturaleza se encontraron por primera vez con las tierras recién colonizadas crece por segundos.

Salto de la barca y siento como el agua se cuela por dentro de mis botas refrescando cada uno de los dedos de mis pies, momento que ha quedado grabado en mi mente como si de una  escarificación se tratase. Rápidamente descargamos todo en la arena de la playa, cajas de madera repletas de frascos de cristal, prensas para plantas, lupas, papel y material de dibujo. Echo un vistazo alrededor, no hay ningún cartel, pero sabemos a ciencia cierta (esta vez sí) que estamos muy cerca de la desembocadura del amazonas, parte del antiguo Virreinato de Perú donde tuvo lugar la primera de las tres Reales Expediciones Botánicas españolas al Nuevo Mundo.

Lo habitual durante dichas expediciones era que los exploradores salieran en grupos, estos contaban habitualmente con un botánico, un dibujante o pintor y varias personas encargadas de recolectar y conservar los especímenes encontrados. Imaginad el caos que podría suponer la recolección de cientos de nuevas especies, todas guardadas en botes, prensadas en herbarios, con sus respectivas anotaciones escritos y bocetos… por suerte ya se conocía la nomenclatura binomial que junto con otra serie de normas respetadas por los botánicos europeos propició la catalogación de una forma ordenada y lógica facilitando así el intercambio de información entre los botánicos del mundo.

Cada paso por la selva es una explosión de colores, olores, formas y sonidos que aun no siendo del todo desconocidos hacen que me tiemble el pulso al trazar líneas rápidas sobre el papel. No puedo ni imaginar el nivel de excitación de aquellos primeros exploradores, como fueron Hipólito Ruiz López y José Antonio Pavón y Jiménez, ansiosos por dejar un registro de todo lo que tenían alrededor, un registro capaz de viajar a través de mares y océanos para eclipsar las mentes de reyes y cortesanos. Esforzándose por memorizar cantidades ingentes de detalles y colores que de lo contrario se perderían inevitablemente durante los procesos de conservación. ¡Que fascinantes los resultados de aquellos trabajos!

Mientras tanto al otro lado del charco el tiempo pasa y la vida en el nuevo mundo es muy intensa. Los ilustradores cada vez más expertos ansiaban lupas y todo tipo de artilugios que les permitieran alcanzar otros niveles de complejidad, a la vez que al otro lado del océano Atlántico, este gran espía en la distancia que era la sociedad ilustrada se hizo cada vez más curioso y exigente.

La aparición de la imprenta y evolución de los métodos de grabado hizo posible reproducir esas ilustraciones cada vez más complejas, reproducir dibujos con todo lujo de detalle y hacerlos llegar a un público cada vez más amplio debido a la reducción de costes de producción. Pero además y más interesante para nuestra historia, las ilustraciones dejaron de ser meros elementos decorativos para convertirse en “ventanas” directas a todos esos mundos lejanos y desconocidos reemplazando en muchos casos las descripciones escritas. Ventanas a las que cualquiera podía asomarse y comprender qué era lo que pasaba al otro lado. Una herramienta tan básica para el entendimiento de la ciencia que hará que se conviertan en simbiontes mutualistas.

Me pregunto qué pensarían los pintores de las cavernas si pudieran ver a sus majestuosos bisontes reducidos al tamaño de la palma de su mano en una hoja de papel…