De cómo una piedra reescribió la historia

Howard Ross «Let There be Lights»

Howard Ross
«Let There be Lights»

Una piedra, una pequeña e insignificante piedra. Eso es lo que necesitó Muhammed edh-dhib, el Lobo, para reescribir la historia. Y es que, a veces, los hechos más banales acarrean consecuencias inverosímiles. Cuando este joven pastor beduino lanzó esa pequeña roca dentro de una cueva no sabía que iba a propiciar uno de los descubrimientos más importantes de su siglo. La piedra atravesó la oscura galería hasta estrellarse contra una vasija y el sonido de la cerámica haciéndose añicos desveló al pastor que allí dentro se escondía algún secreto. Es 1947 y nos encontramos en Qumrán, cerca de Jericó. Después de una eternidad, los manuscritos del mar Muerto acaban de salir a la luz.

La verdad es que la historia del descubrimiento de los manuscritos está rodeada de cierto halo de misterio, ya que como sucede en estos casos, la historia se ha mitificado. Hay quien dice que el Lobo tiró la piedra por curiosidad y hay quien dice que lo hizo para hacer salir a una cabra descarriada. Sea como fuere, el adolescente beduino y otros dos miembros de su tribu tuvieron en su poder unos documentos de incalculable valor. Solo había un problema: ellos no lo sabían. Probablemente se llevaron una desilusión cuando atraídos por el sonido de la cerámica rota no encontraron una cueva de Alí Baba plagada de riquezas. Y quizás incluso se alegraron cuando en Belén, dos mercaderes les dieron un puñado de monedas por los siete pergaminos sin valor aparente que habían encontrado.

Dos manuscritos del Mar Muerto en su ubicación original. Fuente: http://www.ancient-origins.net/comment/20516

Dos manuscritos del mar Muerto en su ubicación original.
Fuente: http://www.ancient-origins.net/comment/20516

Días después, uno de estos comerciantes vendió cuatro de los manuscritos por 96 dólares de la época a Athanasius Samuel, un sirio que ejercía de superior en un convento ortodoxo. El otro intermediario fue un poco más hábil y, a cambio de los otros tres manuscritos, consiguió 324 dólares de Eleazar Lipa Sukenik, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Todo esto en una negociación digna de una película de Indiana Jones. Dos hombres, separados por un alambre de espino, ajenos a la conflictiva división de Palestina que está sucediendo a su alrededor. El uno porque intenta conseguir algo más de dinero y el otro porque su mirada de experto entrevé la verdadera importancia de aquel legado ancestral que le acaban de filtrar por la verja. Tras conseguir estos tres manuscritos, Sukenik decide hacerse con el resto de ellos pero, Samuel, que algo intuiría, se negó a aceptar la oferta que le puso sobre la mesa. Así, tuvieron que pasar varios años hasta que los siete manuscritos descubiertos por los pastores beduinos volviesen a juntarse. Algo que sucedió en 1954, cuando la providencia quiso que el hijo de Sukenik, que se encontraba en Estados Unidos, viese un peculiar anuncio en el Wall Street Journal: «Se venden los cuatro manuscritos del Mar Muerto». Y es que, durante la guerra en Palestina, Samuel había emigrado al país de las oportunidades. No sabemos qué tipo de negociación tuvo lugar, pero el caso es que el sirio vendió los manuscritos por la espectacular cifra de 250 000 dólares. No está mal para haberlos comprado por menos de cien.

Obviamente, en medio de todo este proceso, se empezó a trabajar en los alrededores de Qumrán para buscar nuevos documentos. A día de hoy se han encontrado unos pocos pergaminos intactos y miles de fragmentos que componen más de 900 textos escritos en hebreo, griego y arameo. ¡Toda una biblioteca! Sabemos que la mayoría fueron escritos entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C. por quienes se hacían llamar «los hijos de la luz», hoy identificados con la comunidad de los esenios.

Las cuevas de Qumran donde fueron descubiertos los manuscritos. Fuente: http://adfinesterrae.com/2014/03/03/nine-new-manuscripts-from-qumran/

Las cuevas de Qumrán donde fueron descubiertos los manuscritos.
Fuente: http://adfinesterrae.com/2014/03/03/nine-new-manuscripts-from-qumran/

A estas alturas os estaréis preguntando por qué son tan importantes estos manuscritos. La respuesta es simple: son una de las fuentes más antiguas de textos bíblicos (aunque también hay textos no bíblicos). La colección de documentos es además increíblemente extensa.  En ella se han encontrado todos los libros que componen La Biblia hebrea (a excepción del libro de Ester). Por eso, su valor histórico, lingüístico y sobre todo religioso es incalculable, especialmente para los judíos, que guardan en el Santuario del Libro de Jerusalén la mayoría de los documentos que se conocen.

Nos encontramos entonces con que casi todos los manuscritos del mar Muerto han sido reunidos en un solo lugar. Pero claro, estamos hablando de unos textos escritos hace unos 2000 años. Quien haya encontrado algún libro o cuaderno ajado en el camarote de sus abuelos comprenderá perfectamente que el tiempo no pasa en balde para la tinta y el papel. Tampoco para el pergamino, soporte obtenido de piel de animales sobre el que están escritos la mayoría de los manuscritos que nos ocupan, que ha ido envejeciendo y ennegreciendo poco a poco. Y no nos olvidemos de la tinta, compuesta por negro de carbono o cinabrio, que ha ido desvaneciéndose con el paso de los años. Con todo esto, algunos textos son ilegibles, por lo menos para el ojo humano. Pero es entonces, amigas y amigos, cuando entra en juego la ciencia para solucionar este problema y permitirnos ver lo que a simple vista nos estaba oculto.

El poder del infrarrojo

No cabe duda de que la visión es fundamental para el ser humano y, sin embargo, nosotros, que nos consideramos la cumbre de la evolución, solo somos capaces de detectar una pequeñísima parte del espectro electromagnético, el que conocemos como luz visible. Y es que, la radiación electromagnética va mucho más allá de esta luz y abarca las radiofrecuencias, las microondas, los rayos X y un largo etcétera. La diferencia entre ellas es solo la longitud de la onda mediante la que se propagan en el espacio. Cuanto más pequeña sea esa longitud de onda más energética será la radiación. De ahí que los rayos X (de una longitud de onda muy pequeña) sean dañinos, mientras que las ondas de radio (millones de veces más largas) son inofensivas. La luz visible puede, a su vez, descomponerse en luces de diferentes colores, es decir, de diferentes longitudes de onda. Este fenómeno, descubierto por el gran Isaac Newton, es el responsable, por ejemplo, de la aparición del arco iris. El hecho de que la luz visible esté compuesta por luces de diferentes colores es lo que permite que nosotros veamos los objetos de uno u otro color. Como ya sabréis la materia puede absorber o reflejar la luz. Algo que es blanco refleja la luz visible en su totalidad y algo negro lo absorbe. En el término medio aparecen los colores. Así, el color de un objeto dependerá de cual sea la parte de la luz visible que absorba o refleje. Por ejemplo, la clorofila es la responsable de que podamos disfrutar del espectacular follaje de un bosque en primavera, ya que este pigmento solo refleja ciertas longitudes de onda que, tras llegar a nuestra retina, el cerebro asocia con el color verde.

Pero, ¿qué pasa con el resto de la radiación electromagnética? ¿Acaso no interacciona con la materia? ¿No puede ser absorbida o reflejada? Claro que puede, lo que pasa es que nuestros ojos no son capaces de detectarla. Sin embargo, algunos animales, por ejemplo las mariposas, poseen la habilidad de ver la luz ultravioleta, esa que es ligeramente más energética que la luz visible. Incluso hay reptiles, como ciertas serpientes, que pueden detectar la radiación infrarroja gracias a unos órganos especiales llamados fosetas loreales. Y es precisamente la radiación infrarroja, de menor energía que la luz visible, la que juega un rol fundamental en el estudio de los manuscritos del mar Muerto. Pero no os asustéis, no fue necesario echar mano de ninguna serpiente, una simple cámara digital ligeramente modificada tenía la solución.

En una fotografía tradicional se recoge la radiación en un rango de longitud de onda de 380 a 780 nm (luz visible). Empleando un filtro que elimine esta luz y un detector CCD (del inglés, dispositivo de carga acoplada) que mida la radiación ligeramente menos energética (780-1100 nm) se puede obtener una fotografía en el infrarrojo cercano. ¿Qué utilidad tiene esto? Pues que la interacción de la materia con la luz visible y la infrarroja no es igual y, una fotografía infrarroja puede darnos una imagen muy diferente a una fotografía tradicional.

Fijaros en el fragmento de manuscrito que os mostramos en la imagen de abajo. En la fotografía de la izquierda hay un trozo del pergamino muy degradado por la absorción de agua. Con el paso del tiempo se ha oscurecido, es decir, ha perdido la propiedad de reflejar la luz y, por lo tanto, no podemos diferenciarlo de la tinta que originalmente ya era negra. Eso que acabáis de mirar es una fotografía en color. Pues bien, observad ahora la fotografía infrarroja de la derecha. El texto se ha vuelto legible y somos capaces de leer (si entendéis esa lengua, claro) lo que uno de los hijos (o hijas) de la luz escribió hace unos veinte siglos. ¡Incluso se puede ver algún texto anterior escrito en otra dirección! Esta maravilla es posible gracias a un fenómeno muy simple: el trocito de pergamino degradado ha reflejado una mayor cantidad de luz infrarroja que la tinta del texto que antes nos era imposible de distinguir.

Fragmento de los manuscritos del Mar Muerto. Fuente: https://www.cis.rit.edu/people/faculty/easton/samuel_fragments.html

Fragmento de los manuscritos del mar Muerto.
Fuente: https://www.cis.rit.edu/people/faculty/easton/samuel_fragments.html

Estas imágenes fueron tomadas en los noventa por iniciativa del arqueólogo Robert Johnston que, para comprender mejor estos textos, aplicó la tecnología de imagen y procesado más puntera de la época. Ahora bien, hablamos de una época en la que para la mayoría una cámara digital era un objeto de ciencia ficción. ¡Imaginad lo que la tecnología ha podido avanzar desde entonces! En 2008 se llevó a cabo un proyecto piloto para estudiar cual era la mejor manera de digitalizar los manuscritos y así conservar este valioso patrimonio para la posteridad. Uno de los líderes de este proyecto fue Greg Bearman, antiguo investigador de la NASA, que pudo aplicar sofisticados métodos desarrollados para la investigación espacial. Se realizaron imágenes infrarrojas empleando luces LED especiales y se emplearon las más pioneras técnicas de espectroscopia de imagen. Hoy en día la digitalización de los manuscritos es una realidad gracias a una colaboración entre la IAA (Autoridad de Antigüedades de Israel) y Google, que está subiendo las imágenes en la red. De momento ya se puede acceder a una gran cantidad de ellas que se completarán en el futuro y a las que se les añadirá transcripciones.

Por si a alguien no le ha parecido suficientemente impresionante que se puedan recuperar documentos ilegibles con más de dos mil años de antigüedad, añadiré algo más: es posible hacerlo sin tener que desenrollar los pergaminos. Y es que, hace apenas unos días, amanecíamos con la noticia de que la Universidad de Kentucky había sido capaz de desenrollar virtualmente (virtual unwrapping) un rollo carbonizado que se mantenía sin abrir por miedo a destrozarlo. Este es un nuevo avance en la tecnología de imagen que parece no conocer fronteras. Es también una gran demostración de una de las máximas de la ciencia: «La paciencia es la madre de la ciencia». Agradezcamos a quien tuviese el poder de decisión sobre aquel milenario manuscrito que esperase a que la tecnología avanzase en lugar de realizar algún desesperado intento por descifrarlo que muy probablemente hubiese acabado mal.

Rollo de pergamino del Mar Muerto. Fuente: http://www.viewzone.com/deadsea.html

Rollo de pergamino del mar Muerto.
Fuente: http://www.viewzone.com/deadsea.html

Y esta ha sido la historia de cómo una piedra arrojada por un pequeño pastor acabó desencadenando uno de los mayores descubrimientos de la historia de la arqueología. Descubrimiento que ha requerido de la participación de gigantes como la NASA o Google y que no se hubiese podido concretar sin los avances científicos que se desarrollan continuamente.

Para saber más:

K.T. Knox, R.L. Easton y R. Johnston, Digital Miracles: Revealing Invisible Scripts en The Bible and the Dead Sea Scrolls de J.H. Charlesworth, Baylor University Press, 2006.

  1. Tanner y G. Bearman, Digitizing the Dead Sea Scrolls

http://www.deadseascrolls.org.il/hom