Cuentos reunidos de ‘Animales ejemplares’ (por Pedro Ugarte)

(Texto de Pedro Ugarte para la presentación de ‘Animales ejemplares’, Bidebarrieta – Bilbao, 14.12.2020)

Animales ejemplares es, ante todo, un libro de “historias de animales”: 39 historias, divididas en bloques temáticos en función de alguna característica descriptiva o funcional. El libro lo abre un prólogo, más bien explicativo, y lo cierra un epílogo, más bien revelador.

No sé si habrá o no habrá una realidad objetiva más allá de nuestra conciencia (A menudo me pregunto si el mismo sistema solar, por ejemplo, existiría realmente, si no hubiera una conciencia como la nuestra, capaz de constatarlo), pero haya o no una realidad objetiva, lo que está claro es que hay decenas, cientos, miles de miradas sobre ella. Hay un número prácticamente infinito de miradas para apreciar lo que existe a nuestro alrededor.

Una demostración de que esas miradas pueden ser muy distintas es que un libro tan sugestivo como este se inicia, sin embargo, con una descripción del animal tan fría como la siguiente: los animales, en palabras de Juan Ignacio Pérez Iglesias, son “sistemas orgánicos autoorganizados, cuya estructura y funciones se modifican a lo largo del tiempo con arreglo a un patrón preestablecido. Hasta que mueren, claro está”. La verdad es que tiene toda la razón. ¿Quién podría discutirlo? Hay que reconocer que la realidad está llena de sistemas orgánicos autoorganizados. Y hay que reconocer, del mismo modo, que quien pueda leer estas líneas será sin duda uno de ellos.

Lo cual nos traslada a la importancia del lenguaje para explicar la realidad y para explicarnos a nosotros mismos. El lenguaje es la herramienta más extraordinaria que tenemos los seres humanos, y este libro, Animales ejemplares, hace un uso del lenguaje más allá de la divulgación científica, género al que sin duda quiere pertenecer y pertenece. Yo creo que el libro de Juan Ignacio se adentra en lo literario, es decir, en el uso del lenguaje con un propósito estético. Y el uso del lenguaje con un fin estético, la literatura, es un uso del lenguaje absolutamente contrapuesto a todos los demás usos que podemos hacer del mismo, incluido científico. El uso literario aspira a sugerir. Cualquier otro uso del lenguaje, al menos en intención, quiere ser lo más claro y específico posible, mientras que lo claro, lo específico, lo lineal, lo expreso, lo explicativo, lo evidente están excluidos, per se, del hecho artístico y, por tanto también, de la literatura.

A pesar de que este libro pertenezca al género de la divulgación científica, también hay en él literatura. Pero no me refiero solo a la carcasa (Todos los capítulos arrancan con una cita literaria), sino a otros motivos más hondos.

Incluso hay algo enciclopédico en Animales ejemplares. Por las páginas del libro no solo circulan antiguos naturalistas a los que el tiempo ha convertido más en referencias cultas que en científicas (Aristóteles, Séneca o Plinio el Viejo), escritores clásicos como Antonio Machado o Hermann Melville, grandes obras del cine como La Reina de África, exploradores como James Cook, cantantes como Kiko Veneno, o artistas plásticos como Jorge Oteiza. Todo ello redunda en esa vertiente artística del libro, reforzada además por el gran trabajo ilustrador de Yolanda González.

Pero el libro atesora también elementos de la propia historia del autor, expuestas con cierta extensión en algunos capítulos: recuerdos de su memoria personal anclados a localidades salmantinas como Vega de Tirados o Villar de Peralonso, y otros recuerdos mucho más recientes. Todo ello converge en el carácter literario del libro, pero yo iría aún más lejos.

Tenemos la percepción, a lo largo de la historia de la humanidad, de que las vidas de los animales son metáforas. Las vidas de los animales son auténticos recursos literarios para explicar, de algún modo (de un modo estético), otros hechos y otras realidades. Yo creo que también en eso son ejemplares los animales de este libro. La fuerza metafórica que tiene una realidad concreta permite proyectarla sobre una realidad distinta. Y el mundo natural es una excelente proyección de esa técnica: la enorme capacidad simbólica de la descripción de conductas de animales en relación con nuestra propia vida; y la búsqueda de diversos significados (y además nunca explícitos, como ocurre siempre con la literatura).

Desde luego, no es esa la intención primera del libro. Sí lo es, en cambio, la exposición de cómo la vida se abre paso y, en función de entornos distintos, encuentra soluciones distintas al dramático imperativo de la supervivencia. Pero estoy seguro, también, de que esa segunda intención, más o menos implícita, se encuentra no solo en el libro sino en el proyecto que Juan Ignacio tenía para él.

Desde las fábulas clásicas, los animales han sido un motivo literario. A veces moralista, pero siempre moral. Lo son como animales individuales o como pautas de comportamiento, pautas de comportamiento que interpretamos, también de forma metafórica, para aludir a otras realidades o, por qué no decirlo, a nosotros mismos, los seres humanos.

Kafka utilizó muchos animales en sus obras: caballos, ratones, chacales, el célebre insecto de La Metamorfosiso el misterioso mamífero subterráneo de La construcción; incluso el dolorido simio del Informe para una Academia, una obra impresionante cuya lectura recomiendo a todo el mundo.

Moby Dick, la novela de Melville, es uno de los textos literarios más complejos que se han escrito nunca, una metáfora, en ese sentido más literario del término, capaz de aludir a cualquier pasión humana, y al efecto de contagio que un iluminado (no sé si debería decir una luz) puede imprimir sobre un colectivo hasta conducirlo a la irracionalidad más absoluta. Por cierto, Moby Dick es citado varias veces en el libro de Juan Ignacio.

Creo que, en los animales ejemplares de este libro, el autor ha querido conjugar la intención didáctica de la divulgación científica con esa otra visión metafórica, literaria, de la vida de distintos animales como formas de representación.

El mismo Juan Ignacio reconoce en algún momento esa doble mirada. Habla, por ejemplo, de las anguilas y nos dice: “No es fácil explicar por qué ocurren esas migraciones, cuál es –en términos metafóricos- el mandato al que obedecen o –en términos darwinianos- la presión selectiva que ha propiciado ese comportamiento”. Miradas distintas, por tanto, pero que además no son excluyentes.

El libro termina con un epílogo titulado “El ciclo de la vida”. En él, tras la exposición de 39 animales concretos, el autor extrae de forma clara y sencilla principios generales, y explica conceptos como selección natural, evolución o adaptación, conceptos que el lector entenderá mucho mejor después de los casos expuestos en las páginas anteriores.

Y termina de este modo: “Sardas y cormoranes, como el resto de los animales, son presa de una desconcertante paradoja: no son la razón de ser de su existencia; viven por aquellos que los sucederán, quienes, a su vez, existirán en virtud del mismo principio. En eso, precisamente, consiste el ciclo de la vida”.

En esa expresión, el ciclo de la vida, en el que está impreso el origen y el destino de todos nosotros, se superponen la exposición científica y metafórica (literaria) de una misma realidad.

Animales ejemplares ha sido una gratísima lectura, es una obra plástica magnífica y, desde luego, merece una vehemente recomendación.

Presentación ‘Animales ejemplares’ – Bidebarrieta, Bilbao