Cómo introduje la divulgación científica en la universidad: una experiencia muy personal

Pienso que una sociedad que conozca la ciencia es mejor, más sana, más equilibrada y con más oportunidades. Una sociedad que entienda la forma de trabajar de los científicos está más preparada para afrontar el futuro. Nuestra especie es científica por naturaleza, el ser humano siempre se ha hecho preguntas y ha intentado buscar respuestas a esas preguntas. Parafraseando a Michio Kaku, «los niños nacen siendo científicos pero tanto la sociedad como la educación en la escuela acaban aplastando esa curiosidad…«

Blog actual de Sergio L. Palacios

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Hace unas semanas, Oihan Iturbide se puso en contacto conmigo para ofrecerme la posibilidad de colaborar con Next Door. Inmediatamente le respondí afirmativamente, no sin antes hacerle llegar mis dudas sobre mi capacidad para escribir algo a la altura de este proyecto tan inspirador y prometedor. Hoy sigo albergando las mismas dudas que entonces y, sin embargo, aquí estoy, con una historia que creo que merece la pena ser contada una vez más, tal y como le dije a Laura Morrón, quien me sugirió la idea. Y, en efecto, pienso que es una historia que debe ser contada porque de ella se puede extraer una enseñanza, así como servir de inspiración y de motivación a otras personas. Deseo de corazón que así sea.

Sentado en la silla, frente al teclado del ordenador portátil, mientras escucho música de The Alan Parsons Project, echo la vista atrás y dejo que los recuerdos me lleven de nuevo a mi infancia/adolescencia, cuando mi vocación comenzaba a tomar la forma de lo que sería mi profesión años después. Y la mayor parte de los recuerdos que acuden son películas. Sí, han leído bien, he dicho películas. Es más, películas de ciencia ficción antiguas, de serie B y de serie Z. Películas de esas que a más de uno le harían apagar la televisión inmediatamente nada más ver platillos volantes suspendidos de hilos no del todo invisibles, alienígenas imposibles de cabezas puntiagudas, masas gelatinosas que se tragaban todo lo que encontraban a su paso, monstruos abominables hechos de gomaespuma o científicos locos creadores de armas con capacidades destructivas inimaginables.

Mientras veía esas películas también me fui aficionando a la literatura de ciencia ficción, primeramente a los pioneros: Jules Verne, H.G. Wells. Después vendrían los clásicos como Brian Aldiss, Isaac Asimov y muchos otros. La especulación, las ideas, el sentido de la maravilla que pululaban por sus páginas no dejaban de sorprenderme y de inspirarme. Yo quería ser uno de aquellos científicos locos y buscar descubrimientos, idear inventos, estudiar las profundidades del espacio interestelar y quizá, quién lo podía negar, encontrar vida extraterrestre. La juventud es tan osada como inocente. Entonces, ahora y siempre.

Y mientras soñaba, crecí, me hice mayor sin darme demasiada cuenta y disfruté de grandes profesores, aunque también padecí otros nefastos. A los 15 años el antiguo y defenestrado BUP me obligó a estudiar la asignatura de Física y Química. Mi profesor, don Ramiro, tenía el don de aburrir a las ovejas más despiertas y desmotivar al mismísimo Stephen Hawking. Pero un espíritu rebelde y contradictorio como el mío reaccionó de manera inesperada ante aquella situación: con 18 años me matriculé en la facultad de ciencias físicas de la universidad de Cantabria. Estudiaría física, mi asignatura más odiada durante el Bachillerato. Así soy yo, siempre contracorriente.

dekingkong2No les aburriré con las peripecias de mis cinco años universitarios. Prefiero dar un salto en el tiempo y plantarme de golpe en el año 2003. Hacía ya 14 que había finalizado mis estudios y 13 que trabajaba como profesor de física aplicada en la universidad de Oviedo. Pues bien, por aquel entonces me encontré por pura casualidad en la librería un libro titulado «De King Kong a Einstein: la ciencia en la ciencia ficción«. Sus autores eran dos profesores de la Universidad Politécnica de Cataluña, Manuel Moreno y Jordi José. El libro me cautivó al instante, lo compré sin dudar y me lo llevé a casa. En cuanto lo abrí, ya no pude dejar de leer hasta el final. No daba crédito. Manuel y Jordi explicaban allí, con un lenguaje cargado de sentido del humor, la física para profanos y la forma en que ellos se la contaban a sus estudiantes de la universidad. Pero se trataba de una física muy diferente a la que se encontraba tradicionalmente en las clases de la universidad, era una física explicada a todo el mundo y con una premisa asombrosa: en efecto, todo lo que contaban utilizaba como herramientas didácticas argumentos, ideas, escenas y fragmentos tanto de novelas como de películas de ciencia ficción. Y muchas de ellas eran las que yo había visto o leído cuando era un chaval. Aquello me abrió los ojos definitivamente, se podían conjugar mis dos pasiones con mi trabajo en clase. Se podía enseñar y divulgar al mismo tiempo con ayuda de mis aficiones juveniles. No me lo podía creer. Yo tenía que hacer algo parecido en mi universidad. ¿Cómo no se me había ocurrido a mí primero?

No lo dudé un momento. Me puse inmediatamente manos a la obra. Escribí un e-mail a los dos profesores de la UPC solicitándoles información, preguntándoles por su experiencia. En cuanto recibí su respuesta, me lancé a la piscina. Me puse a redactar una solicitud formal para impartir una asignatura de libre elección que se denominaría «Física para andar por casa y estar en la Luna«. Elaboré los objetivos, los contenidos, la temporalidad, la bibliografía, etc. y envié la solicitud al vicerrectorado correspondiente. A las pocas semanas recibí una llamada del jefe de área que deseaba concertar una reunión conmigo para pulir detalles de mi curiosa y extravagante solicitud. Al parecer, la única pega que encontraba era el título de la asignatura, no le sonaba lo suficientemente serio (¡?) y formal para figurar en el expediente de los estudiantes de una universidad. El contenido, la metodología y todos los demás detalles importantes no presentaban problema alguno, pero aquello de «Física para andar por casa y estar en la Luna» debía reconsiderarse. Por supuesto, yo era consciente de que los árboles no podían ocultar el bosque, así que decidí cambiar el nombre por el más aséptico de «Física en la Ciencia Ficción«. Todo bien, solicitud aprobada. El curso 2004-2005 haría historia en la universidad de Oviedo. La impaciencia me devoraba por dentro.

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Y, por fin, llegó el gran día. Una tarde de octubre de 2004 dirigí mis pasos hacia el aula con la ilusión por las nubes. Al franquear la puerta me encontré a más de 40 estudiantes esperándome con expectación. Aunque muchos de ellos ya conocían los contenidos de la asignatura a través de la información que proporcionaba la universidad vía web, no lo tenían muy claro, ya que lo que allí se contaba rompía sus esquemas mentales. En aquellos párrafos informativos se podían leer cosas como estas:

La Física en la vida cotidiana.

  • – La Mecánica y sus efectos sobre la vida cotidiana de los seres humanos.
  • – La Termodinámica en la cocina o cómo cocer un huevo en la cumbre del Everest.
  • – El movimiento ondulatorio y la Acústica o cómo ser un cotilla con fundamento.
  • – La Óptica o el arte de verlo todo claro.

La Física en la literatura fantástica.

  • – Física en las novelas de Jules Verne.
  • – ¿Se puede viajar al centro de la Tierra?
  • – ¿Sólo los enamorados pueden ver rayos verdes solares?
  • – De la Tierra a la Luna propulsados por … ¿un cañón?
  • – Manual del cazador de … meteoros.
  • – Física en las novelas de H.G. Wells.
  • – Bricomanía avanzada o cómo construirse una máquina del tiempo.
  • – Veo, veo … ¿qué ves, hombre invisible?
  • – Un diamante es para siempre.
  • – Física en las novelas de otros autores no tan célebres (¿o sí?).

La Física en el cine de ciencia ficción.

  • – Física y ley cuadrado-cubo.
  • – Cariño … he encogido a los niños. Puedo verlos, pero no los puedo oír.
  • – Camarero, hay una mosca en mi sopa.
  • – King Kong en silla de ruedas.
  • – 2001 odiseas en el espacio y alguna que otra guerra de las galaxias.
  • – En este espacio interestelar no hay quien aguante el ruido.
  • – ¿Qué hace un extraterrestre como tú en un planeta como éste?
  • – ¿Para qué quiere usted un platillo volante deportivo, señor marciano?
  • – Superhéroes, unos tipos maravillosos pero físicamente imposibles.
  • – Flash, el relámpago humano, o cómo tener siempre fiebre.
  • – Los peores enemigos de Superman: la kriptonita y … el rozamiento.
  • – La Masa (El increíble Hulk) y el principio de conservación de la idem.

¿No era comprensible su perplejidad?

El método de evaluación no les resultaba menos llamativo:

Se evaluará la realización de trabajos y tareas relacionados con la materia estudiada, procurando siempre recompensar la imaginación, la creatividad y la madurez reflexiva del estudiante.

  • Asimismo, se tendrá en cuenta el carácter dialogante y persuasivo mostrado en los grupos de discusión, al mismo tiempo que la capacidad para expresar de forma accesible y comprensible las propias opiniones y argumentos de carácter científico.
  • Por último, serán evaluables las lecturas comentadas (de carácter voluntario) sugeridas por el profesor durante las clases.

Aquel primer año fue espectacular. Nunca antes y jamás después he vuelto a ver a mis estudiantes mostrar el entusiasmo que reflejaban sus rostros durante las clases. Había un brillo especial en sus ojos, el destello del interés, del ansia por descubrir, por encontrar la explicación. Había un espíritu científico en el aula. Todos íbamos al unísono, sintonizábamos la misma frecuencia. Las sesiones, consistentes en el visionado previo de una película y posterior debate creaban un ambiente distendido y un entorno muy propicio para el aprendizaje autónomo pero al mismo tiempo en el que todos aprendíamos de todos. Se proyectaban visiones diferentes y hasta encontradas, se fomentaba la colaboración, una actitud de tolerancia y respeto por los argumentos del otro. En definitiva, los estudiantes encontraban en esta forma de trabajar un ambiente de preguntas y cuestiones que, en primer lugar, les fascinaban, después les intrigaban y, finalmente, les estimulaban a su resolución y posterior discusión. Poseían un cierto auto-control de su propio aprendizaje.

Otra virtud del sistema consistía en que no había límite de tiempo establecido a la hora de diseccionar un tema o una película; si no se terminaba en un día, el coloquio continuaba en el siguiente día de clase. Ni yo como profesor ni ellos como estudiantes nos encontrábamos encorsetados por el cumplimiento del programa. Se llegaba hasta donde el conjunto de la clase quería llegar. El sistema de evaluación consistía en la elaboración por parte de los estudiantes de un blog en el que escribían con absoluta libertad, sin más plazos de entrega que el del final del calendario lectivo de la propia asignatura, a la conclusión del semestre, de los contenidos elegidos por ellos mismos. La nota numérica otorgada era consecuencia no solamente de la cantidad de trabajo realizado, sino muy especialmente de la calidad, la originalidad, la creatividad, la imaginación. Se buscaba en todo momento que el estudiante poseyese brillantez, iniciativa propia y superase lo aprendido en el aula durante los coloquios-debate. Nunca que reprodujese fielmente lo visto en el aula, sino más bien que se aventurase en lo desconocido pero convenientemente armado de conocimientos y argumentos sólidos.

«Física en la Ciencia Ficción» se mantuvo nada menos que nueve cursos en el catálogo de asignaturas de libre elección de la universidad de Oviedo. Con la implantación del EEES (Espacio Europeo de Enseñanza Superior) desapareció para siempre. Pero, durante aquellos nueve maravillosos años, FCF no fue una asignatura más, fue auténtica divulgación en un Plan de Estudios universitarios, algo muy inusual en este nuestro país. Por el aula donde se impartía FCF pasaron estudiantes de las licenciaturas de Física, Matemáticas, Biología, Derecho, Historia, Filosofía, así como alumnos de Magisterio, Ingeniería, etc. Incluso algunos colegas profesores asistieron a clase y personal de administración y servicios mostraron curiosidad en más de una ocasión por la asignatura. Sin embargo, nada comparable a lo que sucedió el día que un señor mayor se presentó en el aula. Venía de Barcelona, me confesó, exclusivamente para conocerme, conocer la asignatura y ver en vivo y en directo una clase de FCF. Al final de la clase, se acercó a mí, me dio las gracias, me regaló una estatua de un palmo de altura con la figura de Superman y se fue tal y como vino. Nunca he vuelto a saber de él. Jamás le olvidaré.

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Al mismo tiempo que hacía de profesor-divulgador o, mejor dicho, de divulgador-profesor, nació mi blog «Física en la Ciencia Ficción» en el verano de 2006. Al principio, obviamente, no lo leía nadie. Se fueron acumulando los artículos y con ayuda de otros blogueros con más experiencia y éxito, poco a poco fue siendo conocido. El salto definitivo tuvo lugar cuando un buen día de 2007 recibí una comunicación de la recientemente desaparecida editorial Robinbook. Estaba interesada en publicar en forma de libro una selección con mis artículos preferidos en el blog. Me temblaban las piernas, mi divulgación gustaba, interesaba. Aquella loca idea de 2004 podía acabar en las librerías de toda España. Y lo hizo. En abril de 2008 se editaba «La guerra de dos mundos: el cine de ciencia ficción contra las leyes de la física«. Tres años y medio después vería la luz «Einstein versus Predator: ciencia ficción, superhéroes, el cine de Hollywood y las leyes de la física«. Prácticamente sin pretenderlo, me había convertido en divulgador.

Con aquel pedacito de fama y fortuna llegaron las entrevistas en prensa y radio, los premios y reconocimientos, las invitaciones a impartir charlas de divulgación, a participar en Jornadas, tanto de divulgación como de docencia, donde asistían tanto partidarios como detractores, a quienes tuve que escuchar en cierta ocasión acusarme de que mi enseñanza no tenía cabida en la universidad por «endulzar» en exceso los contenidos y no fomentar la «cultura del esfuerzo» a la hora de aprender una materia como la física. Evidentemente, para estas personas el concepto de divulgación era totalmente desconocido. También hubo otros momentos duros y difíciles.

Ahora, más de 11 años después de aquel inocente comienzo, y tras innumerables avatares, momentos de euforia desmedida o de pertinaz desánimo, lo cierto es que intento seguir en la brecha. En el fondo, sigo pensando que merece la pena el esfuerzo y el sacrificio de intentar llevar un poquito de conocimiento científico a todas las personas. Pero, ante todo, lo que mantiene viva esa pequeña llama de esperanza y la imagen que acude una y otra vez a mi cabeza en los momentos de flaqueza y no me es posible olvidar es aquel brillo en la mirada de mis estudiantes. Al fin y al cabo, estoy plenamente convencido de que la divulgación debe ir unida inevitablemente a la enseñanza. La una sin la otra es como el sexo sin orgasmo, que mola pero no tanto…

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