Por qué el debate del aborto no lo resolverá la biología

Escribía Richard Dawkins en su ensayo The tyranny of the discontinous mind resumido en su llamada a jubilar el esencialismo—, que pocos obstáculos a nuestro entendimiento de la realidad biológica pueden compararse a nuestra dictatorial tendencia a poner una realidad continua en cajones discretos. Es algo que hacemos en parte para ahorrarnos trabajo simplificando el complejo mundo que nos rodea y, a su vez, por simple tradición filosófica y cultural, pero no por ello menos dañino. El profesor lo achaca, como el filósofo de la biología Ernst Mayr antes que él, al esencialismo platoniano y sus sucesores aristotélicos. De todas formas, siendo cierto que el pensamiento científico debería descartar esta ilusión si quiere pensar con claridad sobre la biología, para el público general no debiera tener mayor importancia. Como mucho daría frustrantes y poco satisfactorias respuestas a los típicos acertijos del estilo: «¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?» o «¿cuándo nació el primer humano?», a los que no cabe otra respuesta que negar la premisa detrás de ellos: jamás existió algo a lo que llamar primer humano. Aunque enterrar adivinanzas por disparatadas no es un drama por el que deberíamos derramar ninguna lágrima.

Surge un problema cuando es el pueblo el que secuestra a la biología con el fin de que ésta le dé la razón en un debate, empero, y esto me parece particularmente patológico en una discusión como la del aborto. No es infrecuente encontrarse con el quijotesco empeño de encontrar en la embriología la respuesta a cuándo debemos empezar a considerar que un cúmulo de células empieza a tener derechos de persona. Durante el resto del texto intentaré convencer al lector de que esto es un error.

Primero, y considero síntoma del fracaso de la educación obligatoria tener que aclarar esto, no es cierto como alguna vez se lee afirmar al bando “pro-elección” que un embrión no está vivo. El cigoto, el óvulo y espermatozoide que dan origen a este, y todo lo que hay tras estos hasta lustros después de la muerte del individuo cuando ya solo quede un montón de huesos estériles, está vivo. Lo están las semillas, lo están los huevos de pez o de escarabajo. Otra cosa sería hacer apología de la generación espontánea, rotundamente refutada hace más de un siglo ya.

Algunos grupos, incluyendo la iglesia católica en su posición oficial y otras denominaciones cristianas, han decidido poner en ese instante (la concepción) el momento en el que el cigoto recibe un alma y, por tanto, ha de considerarse poseedor del mismo derecho a la vida que cualquier otra persona. Siempre es divertido poder citar a gente del “otro bando” haciendo tu argumento, pues causa confusión a los que asumen que lo que dices sólo se puede decir con intereses velados, así que aquí parafrasearé al ex-fraile y biólogo Francisco José Ayala y diré que creer esto convierte a Dios en el mayor abortista del mundo. ¿Por qué?

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Gustav Klimt

«The Virgin»

La forma más elocuente de explicarlo se la debo a Toby Ord, de la universidad de Oxford, que en su artículo The Scourge: Moral Implications of Natural Embryo Loss en el American Journal of Bioethics nos exponía lo siguiente: considerar el cigoto recién fecundado se puede comparar con creer que estamos en un mundo en el que una brutal pandemia reduce la esperanza de vida a 29 años, sesgando 200 millones de vidas todos los años. Esto equivale a casi 4 veces más que todas las demás causas de muerte juntas. Estas llamativas cifras no vienen del aborto voluntario, si no del involuntario y “natural”: el simple hecho de que el desarrollo embriónico temprano es tan chapucero que la mayoría de cigotos fecundados muere antes de la segunda semana, antes si quiera de implantarse en la pared uterina, antes de que la mayoría de mujeres sepa que está embarazada. Esperaríamos que una madre de tres hijos, de media, haya sufrido además cinco abortos espontáneos. Si realmente se considera al cigoto un objeto equivalente en relevancia moral a la de un adulto, habría que dejar de lado totalmente toda la investigación contra el cáncer, el alzheimer, las enfermedades del corazón o las infecciosas, y dedicar la práctica totalidad de nuestros esfuerzos a cambiar las conductas de los padres en potencia para reducir el riesgo de aborto espontáneo, a aprender más sobre los genes egoístas y fallos de la ontogenia que resultan en abortos prematuros. Salvar a tan solo un 5% ya salvaría más vidas que una cura para todos los cánceres. Algunos se burlan de este argumento, diciendo que hay que dar prioridad exclusiva a las mujeres que “asesinan” el fruto de su vientre. Pero, ¿en qué otro contexto se da prioridad exclusiva a las muertes por agresión frente a aquellas por enfermedad? ¿Existe alguien que se oponga a dar un duro si quiera a toda la investigación biomédica, que no crea que tengamos deber alguno en socorrer al prójimo en riesgo de morir por enfermedad, que como el socorrista liberal de la viñeta satírica solo vea deber en impedir las muertes por agresión directa de otra persona?

Hay un sinnúmero de problemas más a la hora de reconciliar el concepto religioso del espíritu insuflando al embrión en el instante en que se mezclan las moléculas de ADN de padre y madre. Si otorgamos completa relevancia moral a un cigoto porque potencialmente podría dar un ser humano adulto, las primeras divisiones de éste nos dejan con un dilema: de aquí, por ciertos accidentes fortuitos en la división celular, pueden salir gemelos, trillizos, etc. ¿Se parten las almas y regeneran cual gusanos? ¿Es solo una de las personas que salga de este proceso un ser humano, siendo la otra una especie de zombie espiritual? La totipotencia que permite que una división “mal hecha” nos dé gemelos monocigóticos convierte esta equivalencia entre potencialidad celular y derechos humanos un disparate enseguida: pronto tendríamos 4, 8, 16 personas en potencia, células que se desarrollarían y darían un embrión y más tarde un bebé de separarse lo suficiente, hasta que finalmente se pierde esa potencialidad y volvemos a tener una. ¿Dónde está el mítico “momento de la concepción” aquí? El resto de almas se esfuman, supongo. Podría explayarme en más entretenidos disparates resultado de otorgar completa relevancia moral tan temprano. ¿Son las quimeras que van por ahí con algunas partes de su cuerpo con células con la secuencia de ADN de lo que pudo ser un hermano y no lo fue un espectacularmente temprano caso de fratricidio cainita? Igual que antes, no vale intentar escapar considerando relevante moralmente solo cuando hay intencionalidad, considerando otra cosa un disparate que nadie jamás defendería. Hay casos en el que se condenó en un juzgado a una mujer por negligencia homicida, simplemente por perder el hijo que iba a tener.

Amelie Fontaine

Amelie Fontaine

Sin embargo los umbrales arbitrarios a la hora de considerar al embrión una persona no son exclusivos del más típicamente religioso. Aunque es común encontrar cifras inferiores al 2% de abortos provocados tras el cuarto mes del embarazo, y en general pocas personas defenderán que el derecho a la vida completo solo se aplica después de nacer, defender esto nos lleva al problema obvio de los nacimientos prematuros, algunos tan tempranos como el sexto mes. Matar a un bebé prematuro nacido en el séptimo mes del desarrollo embrionario nos parecería un cruel asesinato que habría que penar de la forma más contundente posible, y no está claro por qué debería ser distinto si exactamente el mismo organismo estuviera dentro del útero materno. Poner el umbral en “cuando se puede vivir de forma independiente” nos dejaría rascándonos la cabeza sobre si no se dará el caso de que no se puede hablar de tal cosa hasta varios años después del nacimiento. Hablar de la complejidad del sistema nervioso es una hoja de doble filo para la mayoría de personas pro-elección que no son animalistas, pues a todas luces el sistema nervioso de incluso el más modesto cerdo está más desarrollado y es más complejo que el de un embrión humano. No es inusual encontrar la capacidad de resolver problemas de los animales no humanos más inteligentes (primates, cetáceos, córvidos, pulpos…) comparada con cuántos años tiene un niño también capaz de resolverlo. Un rasgo importante a veces a la hora de hablar de derechos o bienestar animal es el de la autoconciencia: algunos definen esta como pasar el test del espejo y reconocerse a uno mismo en el reflejo. Muchos expertos tanto en etología como en psicología consideran esto inadecuado, pero baste como ejemplo ilustrativo el hecho de que muchos de los animales que acabo de citar superan este test, mientras que los bebés nacidos hasta cierta edad no lo hacen. Mi umbral insensato favorito para cuando se ha de considerar el embrión un potencial humano con derecho a seguir existiendo es el que estipula que este momento es cuando éste empieza a sentir dolor, porque nos deja con un divertido dilema a la hora de cómo tratar a las personas con inmunidad congénita.

Algunos ponen el límite en la primera actividad del sistema nervioso, a las doce semanas. O citan este peldaño del desarrollo embrionario con esa clara intención. Se me escapa por qué las primeras señales que captaría un encefalograma son el momento relevante del desarrollo del sistema nervioso, y dudo que hicieran tal cosa si esto ocurriese en la segunda semana, pero no me gusta cuando dudan de la honestidad intelectual de mi argumento, así que no haré lo mismo con otros. Nos deja con el mismo problema de antes: “actividad del sistema nervioso” es algo que desde luego tienen todos los animales adultos. Obviamente, incluso los pro-elección dan cierto valor a la “potencialidad”, al hecho de que en algún momento acabaremos teniendo un niño, un adolescente, un ser humano adulto. No le dan un valor infinito, inmediato en la concepción, que ignora cualquier otro factor, como hacen otros, pero desde luego lo hacen. Lo ideal sería conseguir que alguien desarrollase una fórmula a priori de cuánto vale la complejidad del sistema nervioso y cuando la potencialidad, sin “contaminación” por conocer las exigencias del debate del aborto, pero por desgracia nuestra sociedad hace que toda persona llegue al momento en el que es capaz de hacer tal juego de fórmulas consciente de la discusión.

Para mí la conclusión a todo esto es clara: no hay resolución a este debate en la biología, porque lo que cuenta como persona es un invento de la cultura humana que no está en ninguna reacción química discreta e independiente a las demás en el desarrollo embrionario. No hay línea mágica en la arena que no sea sencillo poner en duda por los casos ambiguos con los que nos estrella la realidad. Hay mucha pretensión estúpida de que esto no es así, de que los demás tienen ideologías sesgadas, intenciones políticas, pero que uno goza del privilegio de ver la verdad a través de la bola cristal de Gaïa, mami naturaleza. Sería productivo que todos dejaran de engañarse de esta forma, librarnos de la tóxica ilusión de que lo mío es biología y lo del resto es fanatismo ciego. Tengamos un poco menos de vergüenza a la hora de decir: «Ésta es mi ideología, mi sesgada visión política», hombre. No pasa nada por ser honestos. No nos causa inquietud alguna que la barrera entre tener derecho a votar o beber alcohol, y no tenerlo, no sea un hecho biológico caído del cielo sino una regla aproximada y heurística en base a tradiciones culturales e impresiones políticas de cuándo es el momento adecuado, tampoco debería causarnos inquietud aquí.

Sé que es un debate que lleva más de un siglo sin llegar a una conclusión, y tal vez es pecar de optimista en exceso esperar que el presente texto haga algo más que informar de obstáculos a la discreta etiqueta de “persona” basada en la biología a gente que tal vez no los conocía. Sí me gustaría hacer un llamamiento a considerar aquello en lo que, en teoría, deberíamos estar de acuerdo todos: un aborto no es una experiencia agradable para la mujer. Sería más humano y más prudente, en lugar de discutir sobre esta versión moderna del sexo de los ángeles, evaluar lo mejor que podamos todas las medidas políticas que conlleven menos embarazos no deseados. Hay cierta evidencia de que prohibir tajantemente el aborto de hecho lleva a más interrupciones del embarazo, pero no tenemos por qué limitarnos a discutir eso. La educación sexual, el acceso a anticonceptivos, etc., son todo cosas que como sociedad podemos en parte controlar, y creo que sería productivo para todos dedicar al menos parte del tiempo a aparcar nuestras diferencias y ver cómo podemos implementar políticas basadas en la evidencia que usen estas para reducir tanto el número de abortos como el sufrimiento humano.