‘Los días iguales’, crónica de una depresión

Ana Ribera

No sabemos lo que es una depresión. Creemos saberlo porque usamos la expresión «estar deprimido» alegremente, sin criterio, sin conocimiento. La hemos banalizado tanto que cuando alguien dice en alto «tengo una depresión», contestamos «eso son unos días malos, nos ha pasado a todos, lo que tienes que hacer es distraerte». Yo también soy culpable de haber dicho esas palabras antes de que me pasara a mí, porque yo también creí que a mí no me podía pasar, que estaba a salvo porque para tener una depresión había que ser de una determinada manera y yo no era así.

«¿Has escrito un libro sobre tu depresión? Pero ¿cómo es posible que tú tuvieras una depresión? No me lo imagino»

Cada vez que, ahora, hablo de cómo fue vivir en aquel páramo de luz en el que el descanso era imposible, en el que todo me daba miedo, veo primero incredulidad y, después, temor en los ojos de los que me escuchan. Y es entonces cuando pienso que he hecho bien en escribir Los días iguales.

«¿Tú tuviste una depresión? Pues no te pega nada».

He escrito Los días iguales, he escrito sobre mi depresión, la he contado lo mejor que he podido porque yo también creía, antes de que me pasara a mí, que la depresión es algo que le pasaba a personas que habían hecho algo mal, a los que eran tristes por naturaleza, a los que habían tenido mala suerte, a los que no habían sabido sobreponerse a los contratiempos de la vida. Me creía a salvo. No, peor aún, pensaba que si en algún momento la sombra de una depresión me rozaba yo sabría cómo sobreponerme, cómo superarla porque yo no era de «ésos».

No sabemos lo que es una depresión, no tenemos ni idea. Creemos que estar tristes, desanimados, sin ganas, aburridos, hastiados, con el corazón roto o apenados por la muerte de un ser querido es una depresión y no lo es. La pena, la tristeza, el aburrimiento, la nostalgia, el dolor por la ausencia, la inquietud,  la preocupación son sentimientos que tenemos, que llegan en un determinado momento a nuestra vida y que nos hacen sufrir. No son agradables, incomodan y perturban. Pueden ser más o menos intensos, más o menos dolorosos pero son algo que tenemos. La depresión es algo que eres, te conviertes en tu depresión. Cuando estás inmersa en ella no hay nada más, no tienes nada más. No estás triste, ni hastiado, ni preocupado, ni aburrido. No eres nada. Ni siquiera  eres capaz de echar de menos nada porque no concibes que haya algo más aparte del miedo terrible en el que vives las veinticuatro horas del día, todos los días, todas las semanas durante muchos meses, tantos que pierdes la cuenta. No quieres saber cuántos meses han pasado desde que empezaste a estar así porque no sabes cuándo empezó y porque vivir se ha convertido en algo tan aterrador que solo puedes concentrarte en sobrevivir hoy, ahora, este minuto.

La depresión es una enfermedad silenciosa. Provoca un sufrimiento interno indescriptible, un dolor que no puedes verbalizar porque cuando lo intentas las palabras se revelan vacías, incapaces de contener el terror que sientes. Y mientras estás consumido por ese dolor nadie ve nada. Completamente arrasado en tu interior sigues adelante, te levantas cada mañana esperando que ese día vivir te duela menos, que sea más fácil, que no quieras morirte; pero eso no ocurre, el día que sigue al de ayer es tan terrible como lo fue el anterior. Son los días iguales, los días en los que no hay nada más que tu depresión y tú.

Los días iguales no es un tratado médico ni una confesión jurada ni un manual para ayudar a otros enfermos ni un canto de esperanza. Cuando lo escribí no tenía en mente un propósito, fue más bien un recuento, un repaso de aquellos meses, un viaje  abriendo las puertas de las habitaciones interiores en las que me encerré durante mi depresión para ver qué recordaba, qué había pasado allí. A pesar de que al principio dije que «ni de coña» quería escribir sobre mi depresión, después encontré un cierto consuelo al hacerlo. Escribirlo fue doloroso pero revivirlo me sirvió para ordenarlo y deshacerme de ello.

«Yo misma siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual, no te va a morder. Se parece a cómo me enfrento yo al dolor. Yo quiero saber dónde está» (Joan Didion)

Eso es. La depresión es una enfermedad desconocida, malinterpretada, escondida; es una serpiente que puede picarnos a todos. Mientras escribía Los días iguales no tenía un propósito en la cabeza más allá de cumplir los plazos de mi editor, pero al terminar y en el proceso de releerme y corregirme, comprendí que el propósito de este libro, de Los días iguales, era hacer la depresión visible, darle forma para mí y, sobre todo, para otros.

Me gustaría que con mi texto y con las ilustraciones de @fromthetree todo aquel que esté sufriendo una depresión, se reconozca y se sienta de alguna manera acompañado, que  piense «ella también vio la serpiente» y que el que no la ha padecido nunca y no sabe cómo es, a partir de ahora sea capaz de verla.

¡NO TE QUEDES SIN TU EJEMPLAR!