La ciencia está hecha por seres humanos, y los seres humanos son idiotas

Mario Modesto «Sexo entre Tiranosaurios» Fuente: Wikimedia commons

Mario Modesto
«Sexo entre Tiranosaurios»
Fuente: Wikimedia commons

Me sorprende, y creo que debería sorprender a cualquiera, hasta dónde hemos llegado como especie. Es verdad que estamos muy lejos de alcanzar un mundo perfecto, y nuestro desarrollo conlleva muchos problemas nuevos, pero hasta ahora parece que nos estamos manejando razonablemente bien. Hemos crecido hasta llenar la “placa de Petri” en la que vivimos, pero sorprendentemente aun no nos hemos muerto (al contrario que cualquier cultivo bacteriano sometido a las mismas condiciones).

No me malinterpretéis al leer el título, este no es un texto anticientífico, todo lo contrario. Tampoco voy a caer en el error de tachar a la humanidad de ser lo que no es. Somos una especie maravillosa, capaz de alcanzar lo que ninguna otra ha hecho jamás en este planeta, pero eso no nos salva de comportarnos como idiotas. No somos lo que creemos, y la ciencia sufre las consecuencias. En occidente nos hemos pasado gran parte de nuestra historia creyendo ser semidioses, individuos hechos a imagen y semejanza de un dios, con especial desprecio por cualquier otro ser del mundo natural. Ahora sabemos que somos animales, y que tanto nuestra capacidad de razonar como nuestras emociones tienen un origen natural, así como que también están representadas en otros organismos. Aunque ha llovido bastante desde 1859, aún seguimos tratando de digerir las implicaciones de El origen de las especies de Darwin, y mucho tiempo pasará hasta que se asimilen por completo.

Como los animales que somos, y pese a que hemos fantaseado mucho con la posibilidad de ser puramente racionales (desde los estoicos de la Grecia clásica hasta el capitán Spock), no podemos librarnos de nuestras emociones y comportamientos irracionales. La cultura obviamente no se exime, pero sorprendentemente la ciencia tampoco. En marzo de 2016 la revista científica Mammal review publicaba un trabajo de una veterinaria y un biólogo australianos en el que se denunciaba como la ciencia tiende a ignorar a aquellos animales considerados como feos. No solamente dedicamos más esfuerzo a proteger a aquellos animales que nos resultan carismáticos o agradables (por encima de los peligrosos o feos), sino que la ciencia invierte más esfuerzo en ellos. El estudio estaba centrado en mamíferos australianos, pero es fácilmente extrapolable al resto del planeta. La Ugly Animal Preservation Society (Asociación por la Preservación del Animal Feo), liderada por biólogo inglés Simon Watt, se encarga de divulgar en tono humorístico la importancia de proteger a todos aquellos animales que, pese a no tener el aspecto de un oso panda, pueden tener una gran importancia ecológica. Intuitivamente nos es fácil imaginar por qué el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) posee un panda en su logo (con rasgos infantiles) en lugar de un monstruosa cría de aye-aye, aunque el estado de protección de ambas especies sea similar.

Nuestra falta de preocupación acerca de aquellos animales cuyo aspecto físico no se asemeja a una cría de mamífero (o no posea alguna otra característica que valoremos positivamente en humanos), es solo un pequeño ejemplo de cuan influenciada puede estar la ciencia por la cultura, y ésta a su vez por nuestra naturaleza irracional. El corazón mismo del método científico está construido específicamente para liberarnos de nuestras limitaciones individuales, pero mientras los científicos sean humanos jamás lograremos liberarnos del todo.

Por supuesto, uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar en lo relativo a la escasa racionalidad del comportamiento humano está en el sexo.

Quizás sorprenda al lector, pero a día de hoy nadie sabe a ciencia cierta por qué existe el sexo en la naturaleza. La reproducción sexual es la más común entre los organismos macroscópicos, está presente en muchos microscópicos, y nadie tiene muy claro el porqué. Reproducirse asexualmente es menos costoso energéticamente, y aparentemente es más práctico (pues se puede alcanzar un mayor número de descendientes en menor tiempo, y en solitario), pero el sexo ha tenido un éxito evolutivo increíblemente superior. Entre las decenas de hipótesis que tratan de explicar el porqué de este fenómeno se encuentran: la posibilidad de que reduzca pequeñas mutaciones potencialmente peligrosas, el que haya servido para consolidar la identidad genética entre especies, o (la que es particularmente mi favorita y una de las más aceptadas), la posibilidad (no excluyente con el resto) de que el sexo sea una forma de lucha contra los parásitos. Cada individuo consecuencia de reproducción sexual es el resultado de una mezcla genética única y esto dificulta enormemente las adaptaciones evolutivas de los parásitos a las especies sexuales.

Sin duda, aunque aún por definir totalmente, las ventajas de la reproducción sexual han de ser importantes, dada la enorme inversión energética que supone para muchos organismos animales. Las colas de los pavos reales, o los enormes cuernos de los extintos Megaloceros, son ejemplos típicos, pero la reproducción sexual supone mucho más que ostentosas estructuras corporales, también ocupa una parte muy importante en el comportamiento de los organismos, y nosotros, por supuesto, no nos escapamos.

 John Megahan «Sexo homosexual entre dos macacos hembra»

John Megahan
«Sexo homosexual entre dos macacos hembra»

La biología es, por excelencia, la ciencia de la complejidad, estudiamos los sistemas más complejos conocidos en el universo; los seres vivos. Cuanto más biología aprende uno (y cuanto más avanza ésta) más se es consciente de esta complejidad. Valgan la genética y la neurociencia como ejemplos representativos. La genética está muy lejos de ser la caricatura que las leyes de Mendel representan, y la propia definición de gen se encuentra bajo constante revisión. La neurociencia ha evolucionado de forma similar, las distintas regiones cerebrales no funcionan del modo compartimentalizado que a nosotros nos gustaría, y los mismos neurotransmisores intervienen en circuitos con resultados absolutamente diferentes (ej. la dopamina parece estar relacionada con fenómenos tan distintos como el placer, la creencia en lo paranormal, la manipulación del comportamiento por parásitos, o incluso la psicopatía). El sexo es tan importante en el comportamiento animal que influye prácticamente en cada una de nuestras actuaciones. Nuestro umwelt (nuestro modelo interno del mundo) está profundamente modelado por nuestra naturaleza como animales sexuales, desde nuestra inteligencia, nuestra sociedad, y hasta el más “elevado” de los sentimientos religiosos tienen su origen, o están fuertemente influenciados por nuestra naturaleza sexual. Es interesante como incluso el amor, considerado por algunos grupos místicos como algo puramente sobrenatural, tiene su origen en el sexo. Su fuente es muy probablemente el cuidado parental de las crías, consecuencia directa de la reproducción sexual.

No debería sorprendernos como la propia influencia del sexo en nuestro comportamiento puede haber acabado influenciando el propio estudio científico del sexo. Una de las (pocas) características aparentemente exclusivas del sexo humano es la necesidad de ocultar su práctica al resto del grupo. Herencia y cultura se mezclan haciendo del sexo un tabú con diferentes grados en las distintas culturas humanas. La cultura tiende a comportarse como un catalizador de nuestro comportamiento individual, ya sea con nuestros miedos, manías o fobias y el tabú sexual podría ser un buen ejemplo de ello. El sexo en nuestra cultura occidental forma parte de una interesante paradoja, una representación ostensible la encontramos en la pornografía. La tecnología VHS (JVC) ganó la batalla a Betamax (Sony) aparentemente gracias a la pornografía, historia que se ha repetido en varias ocasiones, pues así ocurrió con Blue-Ray (Sony y Phillips) y con Hd-DVD (Toshiba, Microsoft y NEC). La importancia de la industria pornográfica en nuestra evolución tecnológica contrasta fuertemente con el hecho de que la mayor parte de la población considera el porno como algo inmoral (EEUU).

Lo que se manifiesta en el trato recibido descrito por algunas personas que abandonaron este negocio (sirva el caso de Bree Olson como ejemplo). Que la pornografía sea considerada inmoral contrasta con las declaraciones del investigador canadiense Simon Louis Lajeunesse, quien en 2009 quiso analizar sus efectos en el comportamiento de los varones. Lajeunesse tuvo que modificar el diseño de su estudio por una simple razón; no tenía grupo control, no encontró a ningún hombre que no viese pornografía.

De alguna forma hemos acabado viviendo en una sociedad que censura con mucha más contundencia el sexo que la violencia, aunque esto es notablemente más patente en EEUU que en Europa. Una escena con connotaciones sexuales en televisión en horario infantil puede desencadenar enconados debates en todo el mundo, mientras que se tolera la violencia más cruda en el día a día en los medíos de comunicación, y a cualquier hora. Un ser humano alcanza la madurez sexual (fisiológica y cultural) en nuestra sociedad habiendo aprendido por su cuenta (casi) todo lo relativo al sexo que pueda conocer. Por el contrario, habrá presenciado virtualmente incontables asesinatos reales regalados por los medios informativos de esa misma sociedad.

 John Megahan «Sexo oral homosexual entre erizos hembra»

John Megahan
«Sexo oral homosexual entre erizos hembra»

La ciencia tampoco se libra de este contrasentido, un caso muy general y fácil de apreciar es el de la selección natural. Ha calado con mucha más fuerza en la sociedad la visión de la selección natural como una lucha sangrienta por la supervivencia que como lo que realmente es; la reproducción diferencial entre organismos. El estudio del sexo en la naturaleza adolece de un problema similar al de la teoría de la evolución, que ha tardado (y aun tarda) en calar en la sociedad, debido al choque que supone con nuestra cultura. Los seres humanos generalmente necesitan dar respuesta a todo aquello que consideran importante, y la encargada de hacerlo ha sido tradicionalmente la religión. El sexo, por su importancia, no ha sido diferente, y quizás esto ha favorecido la rigidez con que las sociedades se enfrentan a las respuestas que la ciencia pueda darles, pues pueden contradecir a aquellas que, de forma “provisional”, habían rellenado esos huecos en el conocimiento. Qué prácticas sexuales se consideran tradicionalmente buenas o malas (también catalogadas como naturales o antinaturales), suele tener más que ver con lo comunes que sean o no en nuestra cultura, su valor científico se ignora.

De igual modo hemos dado por supuesto que muchas características del comportamiento sexual humano son exclusivas de nuestra especie, únicamente debido a la falta de atención que solemos dedicar a la naturaleza. Alguien parece haber decidido que el sexo por diversión es exclusivo entre humanos, también la homosexualidad, el orgasmo femenino, la masturbación, etc. Hemos tardado mucho tiempo en comenzar a plantearnos seriamente desde una perspectiva científica si esto era o no cierto.

Otro fenómeno que ocurre en paralelo es la capacidad, muy extendida y profundamente irracional, de mezclar nuestra ideología política con nuestra cosmovisión de la naturaleza. Confundimos lo que queremos con lo que creemos del mundo, y este es un error común entre científicos. En 1975 Edward Osborne Wilson publicó su trabajo Sociobiología, la nueva síntesis, donde por primera vez se estudiaba el comportamiento del ser humano como el de un animal más. Describir nuestra conducta (incluyendo el altruismo, considerado casi de origen sobrenatural por muchos científicos) en términos genéticos supuso un enorme “shock” para la comunidad. Los propios científicos no sabían distinguir la diferencia entre describir un fenómeno y aceptarlo políticamente. Tal fue el escándalo, que pesos pesados de la biología evolutiva como Stephen Jay Gould, Richard Lewontin y otros, escribieron una carta formal contra la sociobiología. A Wilson se le tachó de fascista, racista, genocida y llegaron incluso a agredirle físicamente en sus conferencias. El tiempo le dio la razón, hoy es considerado una eminencia, una leyenda viva para los biólogos, y la perspectiva del estudio humano que proponía la sociobiología está ampliamente aceptada. ¿Quiere decir esto que hemos aprendido a diferenciar una descripción objetiva de la naturaleza de lo que nos gustaría que fuese? Definitivamente no, quizás estemos más abiertos al cambio, pero seguimos sufriendo de los mismos defectos (un ejemplo podría ser la dificultad que encuentran los estudios centrados en distinguir razas humanas).

Somos primates sociales, y cuando nos ponemos la bata de científicos, no somos más que primates sociales con bata.

Entonces, ¿qué hay de la homosexualidad, el orgasmo femenino, el sexo por placer, y todos esos comportamientos que consideramos rarezas exclusivamente humanas? Pues que no son tales. La evolución general de este tipo de conceptos suele ser su rechazo por motivos religiosos, seguido de su aceptación natural, pero exclusiva en seres humanos, y por último el pasmoso descubrimiento de que lógicamente son universales. Quizás por ahorro energético solemos tratar de encajar el mundo en nuestra preconcepción, en lugar de actuar al revés.

M.C. Escher Fragmento de «Mosaic II»

M.C. Escher
Fragmento de «Mosaic II»

El sexo por placer y la masturbación en otras especies están ya bien aceptados en la sociedad, aunque seguimos dándoles una importancia especial, de ahí que siempre se utilicen ejemplos exóticos para describirlo (parece que nadie ha visto lo que puede hacer un perro con un peluche). Es bien conocido el caso de los bonobos, que practican el sexo por motivos sociales, como puede ser tratar de reducir tensiones tras una pelea. Practican el sexo además de formas variadísimas, tanto en lo referente a posiciones como a individuos participantes (incluyendo prácticas homosexuales, masturbaciones, etc). Otro ejemplo común suelen ser los cetáceos, los delfines mulares, además de muy violentos, son muy activos sexualmente. A pesar de sus aparentes limitaciones anatómicas debido a su vida acuática practican el sexo de formas muy variadas, incluso usando el orificio respiratorio de sus compañeros sexuales para ello. En cetáceos, en general, es también relativamente común el sexo con especies cercanas, más común cuanto más parecida es la otra especie, no física sino culturalmente. Los cetáceos prefieren tener sexo con aquellas especies que utilizan sonidos similares al comunicarse (recordemos que poseen incluso dialectos entre grupos). Aún hay más, y no puedo evitar comentar lo sucedido en el famoso experimento del neurocientífico John C. Lilly. Eran los años 60 y la ciencia comenzaba a preguntarse si los animales más inteligentes podrían llegar a aprender a hablar con nosotros. John Lilly puso a convivir a Peter, un delfín mular de seis años, con Margaret Howe, una asistente científica de 23. El experimento (costeado por la NASA) se llevó a cabo en una casa acondicionada para ello en las Islas Vírgenes. La primera planta se inundó con agua marina para que ambos pudieran nadar juntos durante las clases. El ensayo se canceló a los diez meses debido a diversas controversias, Peter jamás llegó a aprender inglés (aunque aprendió a pronunciar varias palabras con mala pronunciación, pero con muy buena entonación). Los motivos para la cancelación fueron básicamente dos, el controvertido uso de LSD en animales (John Lilly también lo consumía) y, principalmente, el sorprendente hecho de que Peter estaba obsesionado por tener sexo con la pobre asistente. El delfín había perdido el interés por sus rutinas de aprendizaje, pasando a obnubilarse ante la presencia de Margaret Howe. Tras la cancelación del experimento, Peter fue trasladado a Florida donde falleció a las pocas semanas. Acorde con las declaraciones de John Lilly, Peter se había suicidado dejándose morir en el fondo del tanque sin ascender a la superficie para respirar.

Otro componente sexual considerado únicamente humano por mucho tiempo es el orgasmo femenino. Hoy en día tenemos pruebas fisiológicas de que existe también en los demás primates, y pruebas comportamentales de que podría existir en otros animales. El famoso primatólogo Robert Sapolsky ejemplificaba (con vergüenza) las dificultades que encuentran esta clase de estudios; dificultades sociales, no científicas. Uno de los primeros artículos, en los que se demostraba la existencia del orgasmo en las hembras de macacos Rhesus (en la revista científica americana Science), incluía un párrafo haciendo constar que no habían utilizado ningún presupuesto federal para llevar a cabo el estudio.

Lo cierto es que no existe una explicación clara a la existencia del orgasmo femenino (humano o no). Se ha argumentado que podría actuar incrementando las posibilidades de fecundación, bien durante el propio acto sexual, o gracias a que el placer estrecharía lazos entre la pareja. Los estudios al respecto parecen confirmar, sin embargo, que las mujeres anorgásmicas son igualmente fértiles. Otra posibilidad es que sean fruto de una enjuta evolutiva, como los pezones de los hombres, es decir podrían no ser consecuencia directa de una adaptación evolutiva, sino resultado de arrastrar otras adaptaciones (las mujeres tendrían orgasmos porque los hombres los tienen). Esta es una hipótesis que genera rechazo en una sociedad que debe aprender a distinguir lo que cree de lo que quiere creer. Es muy probable que la comunidad científica no esté exenta de culpa aquí, los biólogos evolutivos han centrado sus esfuerzos excesivamente en explicar la naturaleza mediante adaptaciones. La masturbación es común en el mundo animal y es muy difícil de explicar si queremos darle a todo un sentido adaptativo.

Cada vez parece más evidente que la sexualidad humana no es tan especial como se creía, y que pese a las dificultades sociales, poco a poco vamos desvelando su naturaleza. Pese a ello nuestra actitud respecto al sexo (incluida la de los científicos) sigue siendo bastante sorprendente y hasta diría que paradójica, baste añadir como ejemplo que el artículo de comportamiento animal más visitado (y el segundo en la clasificación general) de la (inconmensurablemente grande) revista científica PLOS ONE trata sobre sexo oral en… ¡murciélagos!.

«Sexo acrobático y oral entre murciélagos» Fuente: PLOS ONE

«Sexo acrobático y oral entre murciélagos»
Fuente: PLOS ONE

Por ultimo podríamos preguntarnos por la homosexualidad en el mundo animal. Hoy continúa extendida la idea de que los animales pueden tener prácticas homosexuales, pero no pueden ser homosexuales. Normalmente a estas prácticas en otros animales se les intenta dar una explicación adaptativa (que encaja normalmente en la bisexualidad), como puede ser el “entrenamiento” antes de encontrar pareja, el estrechar lazos, o se especula sobre errores a la hora de identificar la identidad sexual de la pareja.

Lo cierto es que tenemos buenos motivos para afirmar que la homosexualidad existe en otros animales, la relación de observaciones es inmensa. En algunos de ellos la búsqueda de una pareja del mismo sexo es constante a lo largo de su vida, pero son casos difíciles de aceptar para la ciencia (además de para la cultura) pues suelen ser individuos aislados que son rechazados como ejemplos. Tampoco hay que olvidar que la cultura influye mucho en las relaciones sexuales en humanos, y es difícil (o quizás imposible) trazar líneas que separen lo natural de lo aprendido. Pero incluso aunque solo considerásemos “verdadera” homosexualidad a aquella que forma lazos de por vida, en especies monógamas, como son los pingüinos, se han registrado casos de homosexualidad que encajan completamente en el estándar humano (especialmente en zoológicos donde se puede seguir la actividad completa de estos animales). Vienen bien aquí las acertadas palabras del biólogo Jame Weinrich:

Hay una larga y sórdida historia de afirmaciones acerca de la singularidad humana. Durante muchos años, he leído que los humanos son las únicas criaturas que ríen, que matan a otros miembros de su misma especie, que matan sin necesidad de comer, que tienen receptividad constante en las hembras, que mienten, que presentan orgasmo femenino, o que matan a sus propias crías. Cada una de estas afirmaciones de nunca-nunca-jamás sabemos ahora que son falsas. A esta lista debemos añadir ahora la afirmación de que los humanos son la única especie que presenta “verdadera” homosexualidad.

Hemos pasado en muy pocos años de no ser capaces de hablar públicamente del sexo humano, a tratar de explicar el cunnilingus entre erizos hembra. Estamos progresando mucho, pero nuestras limitaciones como los animales sociales/sexuales que somos, han dificultado y seguirán dificultando el camino. No me malinterpretéis, no creo que debamos (ni podamos) librarnos de ellas, los científicos siempre seremos primates con bata, pero debemos recordar siempre que existen para irlas menoscabando en lo posible, pues sólo gracias a la ciencia bien hecha, podremos desvelar honestamente los secretos de la vida en este extrañísimo y hermoso planeta.