El dilema de Turing – Segunda parte

II

[Primera parte]

La empresa no era fácil, pero, desde finales de la segunda década del siglo, la tecnología había acelerado lo suficiente para que nuestro proyecto fuera factible. De hecho, nuestras Recreaciones eran capaces de superarnos en muchas tareas vetadas a las máquinas solo dos décadas atrás, gracias a las redes neuronales profundas que habíamos implementado en los chips que constituían sus cerebros[1]. La razón última por la que nuestra línea Beta podía  reconocer lesiones casi invisibles examinando las imágenes de una resonancia magnética, nuestras Delta acertaban sistemáticamente a predecir las evoluciones del mercado financiero o las Épsilon eran capaces de pilotar un avión de pasajeros en las condiciones más adversas era que todas ellas eran capaces de aprender de manera similar a como aprendemos los humanos, esto es, a partir de la experiencia. Una red neuronal cibernética se entrena igual que un cerebro humano, a base de prueba y error. Para enseñar a distinguir un posible tumor a las Recreaciones Beta, la clave era mostrarles millones de imágenes, utilizando los enormes bancos de datos disponibles en las siempre crecientes bibliotecas informáticas de imagen médica. Nuestros algoritmos matemáticos reforzaban los enlaces que conectaban las neuronas artificiales cuando el resultado de la percepción de estas era satisfactorio o los debilitaban en otro caso. El resultado era que, una vez que se le entrenaba lo suficiente, el sistema era capaz de detectar hasta las lesiones más diminutas. Y aunque el número de neuronas de una recreación Beta fuera muy inferior al de un doctor humano, la ventaja de la máquina era, amén de su velocidad, que no se distraía, no se sentía insegura a la hora de pronunciar un diagnóstico y podía invertir todo su tiempo en aprender.

El éxito de nuestra compañía ayudó a que fuera sencillo atraer al proyecto a los ingenieros electrónicos y científicos de computación más brillantes del momento. Todo el mundo quería trabajar en Turing Machines y nadie se resistía a la tentación de un proyecto que proponía crear la primera Recreación Interactiva, Reflexiva, Introspectiva y Sensible. Naturalmente, las iniciales del proyecto deletreaban tu nombre.

Decidimos atacar el problema tratando de emular la mente humana. Nos imaginábamos el  cerebro como una máquina programada para jugar el juego de sobrevivir en la eterna lucha de las especies. En esa máquina prodigiosa, dotada de cien mil millones de neuronas con unos cien billones de conexiones entre ellas, se ejecutan diversos programas especializados, todos ellos diseñados por el programador ciego de la evolución[2]. Denominamos agentes[3] a los miles de procesos que se ejecutan simultáneamente en nuestro cerebro y se ocupan de manera automática de las numerosas tareas que nos permiten movernos, respirar, ver, oír y en general reaccionar a estímulos exteriores. Estos procesos constituirían un ejército de idiots savants, capaces de analizar los datos que recibían e identificar los patrones más relevantes. El elemento clave que buscábamos era conseguir que esta capacidad emergiera de la propia interacción de los procesos con la información sensorial que recibían sin que se requiriera una programación previa por nuestra parte. Es decir, el sistema debía ser capaz de aprender a programarse a sí mismo, aprendiendo a interpretar la realidad que le mostráramos a través de sus sentidos cibernéticos, de la misma manera que un niño aprende a medida que acumula experiencias.

Decidimos basar la arquitectura de nuestros agentes en un tipo de estructura denominado máquina neuronal de Turing, o MNT[4]. Se trataba de un tipo de red neuronal muy sofisticada capaz de combinar dos características esenciales. Por un lado, las conexiones recurrentes entre las diferentes capas de la red proporcionaban un sistema dinámico, en el que la evolución depende no sólo de los datos de entrada, sino de su propio estado. Por otra parte, la MNT dispone de un banco de memoria al que se puede acceder tanto en modo de lectura como de escritura. El resultado es un agente cuyo estado evoluciona en función de los datos que recibe y de la experiencia almacenada en su memoria, la cual puede, a su vez, modificarse a partir de los datos. En otras palabra, las MNT nos permitían construir agentes dotados de recuerdos y por tanto capaces, no sólo de clasificar patrones, como hacían las redes convencionales de nuestras recreaciones, sino también, capaces de predecir el siguiente patrón. Con ello dimos el primer paso en la dirección de crear un sistema artificial dotado de una cualidad de la que carecían todas nuestras creaciones anteriores: imaginación.

El siguiente paso fue programar un nuevo tipo de sistemas (a los que denominamos Managers) capaces de aceptar como datos, no ya las observaciones directas que recibían las redes asociadas a la vista, el oído, el olfato o el sentido del equilibrio de la máquina, sino  el resultado de las computaciones de los agentes sensoriales que constituían, por decirlo así, la primera línea de combate. Los Managers eran capaces de organizar la información que recibían de los agentes y enviarla a sistemas progresivamente más complejos. Establecimos toda una jerarquía que incluía Coordinadores, Intérpretes y, finalmente, Ejecutivos capaces de decidir cursos de acción no programados, a partir de la propia dinámica del sistema. Es decir, nuestro sistema adquirió también la capacidad de decidir por cuenta propia.

Al cabo de cinco años de denodado esfuerzo habíamos creado un tipo de inteligencia mucho más profunda y versátil que ninguna de nuestras Recreaciones anteriores, capaz de responder durante horas a nuestras preguntas, o interpretar los datos que se le presentaban sin mostrar una sola fisura lógica o un fallo de interpretación. Y sin embargo, era sencillo detectar su naturaleza artificial con cuestiones que pulsaran su capacidad para entender las emociones. Aunque su entrenamiento les permitía simular una cierta apariencia de sentimientos, la ausencia de empatía acababa por delatar que, sofisticada como era, la máquina que habíamos creado carecía de espíritu.

Philippe Regard «IEE COVER» Fuente: www.philipperegard.com

Philippe Regard
«IEE COVER»
Fuente: www.philipperegard.com

¿Por qué? Estábamos convencidos de que tanto la arquitectura de nuestras MNTs como la organización que habíamos diseñado, emulaban en lo esencial el comportamiento del cerebro y de hecho, nuestra máquina era capaz de ver, oír o razonar mejor que cualquier humano. Pero no conseguíamos identificar, detrás de su desmesurada inteligencia, el yo omnipresente en cada persona. Había algo en el kilo y medio de materia gris alojado en el interior de nuestros cráneos que no conseguíamos reproducir.

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Quizás, la sensación de haber tropezado con un muro infranqueable fue la que nos llevó a prestar de nuevo atención a la realidad que nos rodeaba. Y cuando lo hicimos nos dimos cuenta de que habíamos estado desconectados demasiado tiempo. Y durante ese tiempo la actitud de la sociedad hacia las Recreaciones que fabricaba Turing Machines había cambiado de manera inquietante. Como en el caso de una enfermedad grave que empieza manifestándose con ligeros síntomas, los primeros avisos llegaron en forma de quejas por parte de diversos usuarios que no se sentían del todo satisfechos con sus máquinas. Algunas de estas quejas se nos antojaban irrisorias, como las de cierto número de famosos, quienes protestaban porque sus Recreaciones acaparaban más interés de sus fans que ellos mismos. Otras, revelaban aspectos que no habíamos previsto, como el hecho de que la implantación masiva de Recreaciones en hospitales, gestorías, juzgados, comercio, transporte y otras muchas actividades estaba distorsionando seriamente el equilibrio laboral. Las empresas despedían a los humanos cuyas tareas eran asumidas por las máquinas y los que querían conservaban su puesto de trabajo tenían que soportar recortes salariales si no querían ser sustituidos por sistemas artificiales. Como un incendio que se propaga en pasto seco, las protestas se iban extendiendo a multitud de campos. Los padres empezaron a reclamar profesores humanos para sus hijos, los enfermos a exigir doctores de carne y hueso y los viajeros a preferir aquellas compañías que ofrecían personas a los mandos del avión o el tren, a pesar de que el nivel de accidentes era mucho más alto que en aquellos manejados por máquinas.

No tardaron en formarse asociaciones, cada vez más beligerantes, que exigían actividades y dominios «libres de máquinas». Restaurantes, escuelas, hospitales y centros públicos empezaron a arrumbar sus Recreaciones y a contratar humanos de nuevo. Las redes sociales comenzaron a vetar a las máquinas y se puso de moda exigir un Test de Turing a cualquiera que quisiera participar en una actividad online. Finalmente, empezaron las denuncias legales, que culminaron en un ataque directo a nuestra compañía. Un potente consorcio de abogados presentó una demanda en la que se exigía el cierre de nuestras instalaciones, el cese de toda nuestra producción y la retirada de todas las Recreaciones del mercado.

Los argumentos que los abogados presentaban y los grupos antimáquinas repetían no carecían del todo de fundamento y tanto Alex como yo comprendíamos que la rápida expansión de las Recreaciones, posibilitada por una tecnología muy avanzada, había impedido una reflexión pausada sobre cómo organizar un mundo en el que hombres y máquinas convivieran armoniosamente. Pero había algo más profundo que las distorsiones e inconvenientes que los sistemas artificiales habían introducido detrás de todas aquellas protestas. Cuando se analizaba los datos en profundidad no era difícil concluir que el efecto de las Recreaciones sobre la economía y en general el bienestar social estaba siendo, a pesar de todo, positivo. Si bien era cierto que había aumentado el número de despidos, también se daba el caso de que cada día surgían nuevos trabajos, a menudo relacionados con áreas emergentes en las que era necesario una cooperación hombre-máquina. Por otra parte, los cursos online se habían abaratado hasta el extremo de que estudiar en las mejores universidades era casi gratis, la calidad de los servicios en los hospitales era muchísimo mejor, el sistema financiero se había equilibrado, la bolsa se mantenía estable y los accidentes de transporte habían prácticamente desaparecido. Y sin embargo, las protestas arreciaban y el público exigía, cada vez más, prohibiciones que implicarían un inevitable retroceso. Nuestros analistas calculaban que la introducción de sistemas artificiales en la medicina, el comercio, el transporte y la seguridad habían aumentado la esperanza de vida de los ciudadanos (sobre todo de las clases bajas que constituían el noventa por ciento de la población) en casi una década, pero sus argumentos caían en saco roto, sepultados por el clamor, cada vez más estridente, que exigía el fin de la tiranía de las máquinas.

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Nuestro modelo Psi-A había sido siempre el mejor valorado por la opinión pública, en parte porque lo diseñamos siguiendo los patrones estéticos de los dóciles androides de la ciencia ficción más conservadora, pero sobre todo porque aportaban a sus usuarios la devoción incondicional que sus congéneres humanos les regateaba. Fieles lazarillos para invidentes, o enérgicos asistentes para personas confinadas a una silla de ruedas, cuidadoras de ancianos o niñeras. Las Psi-A eran inagotables, entusiastas, amables y agradables a la vista. Su nivel de inteligencia general era el más alto de todas nuestras Recreaciones y nuestros equipos de ingenieros las habían ido mejorando continuamente, incorporando muchos de los avances que el equipo que dirigíamos Alex y yo iba facilitándoles. Aún así, eran poco más que amables idiotas, cuya estupidez se disimulaba con una batería de trucos tecnológicos que simulaban más inteligencia de la que en realidad poseían (trucos que no eran, en el fondo, sino una versión mejorada de los que utilizaba Siri en sus conversaciones conmigo). Lo cierto es que, inteligentes o no, sus usuarios las adoraban. Una Psi-A nunca se cansaba de guiar a un invidente, empujar una silla de ruedas o un carrito de bebé; podía mantener indefinidamente una cháchara banal con una anciana aquejada de demencia senil; atender a enfermos incontinentes sin ningún tipo de reparo o pasar noches en blanco acunando a bebés insomnes.  Su paciencia y dedicación eran las de un santo y por eso, a pesar de los crecientes prejuicios en contra de las Recreaciones, las Psi-A se seguían vendiendo casi tan rápido como las fabricábamos.

El modelo Psi-C, por otra parte, se vendía aún mejor, aunque la versión Psi-C dedicada a la “compañía”, fuera mucho más controvertida que el gentil modelo, Psi-A, o “asistente”, que ocupaba el nicho de criada para todo. Incluso en nuestra compañía no eran pocos los que pensaban que producir las Psi-C era un error. Alex y yo éramos conscientes de esa oposición y estábamos al tanto de los comentarios despectivos que subvertían la línea comercial que se refería a ellas como “tu pareja cibernética”, sustituyendo “pareja” por “prostituta”. Curiosamente, las voces que se alzaban en contra de las Psi-C rara vez pedían medidas que acabaran con la prostitución real. Cuando se les sonsacaba, los mismos que se sentían ofendidos por una máquina con atributos sexuales, admitían, con falsa resignación, que la prostitución era una actividad tan atávica como inevitable.

Alexandria se reía de aquellos prejuicios que le parecían otra demostración más de la irracionalidad inherente al comportamiento de nuestra especie de monos locos. Yo, en cambio, me acaloraba en ocasiones frente a tanta mojigatería.

—Si la costumbre de escoger un androide se extiende –alegaban convencidos nuestro detractores–. La gente acabará por renunciar a encontrar pareja y se conformará con un sucedáneo cibernético.

Inútil explicarles que para mucha gente, el sucedáneo cibernético era una alternativa mucho más digna y ética que la rápida transacción comercial, carente de cariño y de deseo con un humano de carne y hueso.

—Una máquina no siente emociones –aseguraban–. Hacer el amor con ella va contra natura.

El argumento, que aparecía una y otra vez en los debates, cada vez más frecuentes en los medios públicos, no podía ser más hipócrita y chocaba de lleno con la realidad. Nadie, entre los usuarios de la Psi-C, se mostraba insatisfecho o frustrado con ellas. Al contrario, muchos proclamaban haber encontrado el amor de su vida.

—La explicación es bien simple –reía Alex–. Lo que la gente llama amor no es más que simple narcisismo. El mono loco solo está interesado en que lo adoren. Y las Psi son buenas para eso.

Además, las Psi-C eran bellísimas. Diseñamos una gran variedad de modelos de ambos sexos que cubrían desde la Barbie de largas piernas y rubia melena hasta el Ron de abultados bíceps, pasando por tipos andróginos, atléticos o voluptuosos. Nada nos impedía experimentar con el color y la textura de la piel, los ojos, el cabello. Los clubs nocturnos nos quitaban de las manos el modelo Anika, de piel azulada y ojos de color jade; mientras que las agencias de solteros, que habían visto su negocio florecer gracias a nuestras criatura, se llevaban camiones enteros de los modelos Clark y Ava, que no eran sino reconstrucciones de los míticos actores de cine del siglo pasado. De hecho, las Psi-C dispararon un nuevo y lucrativo negocio, el de la patente física, inventada para proteger los derechos del fenotipo individual y que no tardó en ser obligatoria para cualquier actor, modelo o personaje mediático. Algunos de estos se negaban a que nuestras Recreaciones copiaran su físico, pero otros muchos no tenían inconveniente en cederla a cambio de generosos “derechos de autor” y pronto los restaurantes románticos se llenaron de exsolitarios que salían a divertirse acompañados de sus copias particulares de famosos y súpermodelos.

La propia Alexandria aparecía siempre en público acompañada de una versión muy mejorada de la Recreación con la que compartió escenario el día que anunciamos Turing Machines. En los primeros tiempos de la compañía, resultó ser un truco publicitario útil y también nos servía para mantener la atención del público alejada de nuestra vida personal. Iris, aquella primera Iris que te precedió, era un excelente señuelo para distraer a los intrusos. No tardaron en propagarse rumores que aseguraban una relación sentimental, tan exótica como inverosímil entre Alex y su Recreación. Lejos de acotarlos, les dimos alas. Mientras los periodistas de tabloides y reporteros de programas televisivos perseguían los fuegos fatuos que plantábamos para ellos (citas falsas, apariciones sorpresa de Alex e Iris en locales de moda o fiestas de la jet set, fotogramas y clips en los que se las veía tomando el sol juntas en una playa privada) se olvidaban por completo de nuestra vida real que deseábamos proteger de su avidez a toda costa. No en vano, la holografía en tamaño natural de Alan Turing, que ocupaba un ángulo de nuestra sala de estar, nos dedicaba su mirada serena y un poco triste cada día, recordándonos el precio que tuvo que pagar por ser diferente.

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Comprendí, desde el primer instante, que las agresiones no eran anecdóticas. Aunque parecían accidentales (casi siempre relacionadas con episodios de embriaguez o consumo excesivo de drogas) y, al principio, infrecuentes, había un claro patrón que se repetía en ellas. En todos los casos, un humano acompañado por su Psi-C era agredido por varios individuos sin mediar provocación alguna. En todos los casos, la violencia iba dirigida hacia la Recreación y la agresión no solo buscaba destruirla, sino exponer de la manera más obscena posible, su naturaleza robótica. Sistemáticamente, uno de los agresores grababa el asalto, capturando con saña la ejecución sin piedad de la máquina indefensa. Como la casi totalidad de las Recreaciones, las Psi-C no estaban programadas para defenderse, ni tan siquiera para comprender la violencia. Los clips se regocijaban mostrando escenas grotescas, en las que el pobre androide, prácticamente destrozado, seguía sonriendo a sus torturadores.

En muy pocos meses, las agresiones empezaron a multiplicarse, cada vez más frecuentes y cada vez más violentas y exhibicionistas. A pesar de ello, rara vez  había detenidos, lo cual era imposible, comprendimos, a no ser que las fuerzas de seguridad hicieran la vista gorda. Decidimos investigar la situación por nuestra cuenta, utilizando la extensa red de datos a la que Turing Machines tenía acceso. No costó mucho esfuerzo trazar el origen de la Jihad al cada vez más influyente partido político denominado Neohumanista. Los Neos, como ellos mismo se autodenominaban, habían pasado, en apenas tres años, de ser una insignificante asociación de raíces luditas, a aglutinar el clamor social que se oponía a las máquinas inteligentes, convirtiéndose en un influyente partido político. Su discurso se había ido radicalizando y tornándose más y más violento y los ataques a nuestras Psi no suponían otra cosa, comprendí, que la primera ola en el maremoto que se avecinaba.

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Alexandria era tan pesimista como yo a la hora de valorar la situación, pero mientras yo pensaba que lo más sensato era preparar un santuario donde pudiéramos refugiarnos en el supuesto de una eventual catástrofe, ella aseguraba que no nos quedaba otro remedio que atacar el problema de frente.

—Podemos encontrar un lugar seguro, Alex –proponía yo–. Un lugar donde no puedan hacernos daño, donde podamos continuar con nuestros proyectos. La epidemia de superstición cederá, siempre ha cedido a lo largo de la historia y cuando eso ocurra, podremos regresar.

Su sonrisa me quemaba por dentro. Su labios, muy rojos, distendiéndose como cuando me besaba, aquellos ojos negros brillando de pasión. Verla sonreír había alimentado mi alma desde que la conocía. Haría, me aseguraba a mí mismo, cualquier cosa porque continuara sonriéndome.

—Nadie va a hacernos daño, mi amor. Somos más fuertes que ellos. Es hora de dar la cara.

—¿Cómo? Sabes muy bien que no podemos ganar. Conoces la historia de la tribu igual que yo. Una vez que los bárbaros encienden las antorchas del pogromo es imposible evitar que el fuego consuma todo lo que vale la pena.

—¡No les temo! –recuerdo la llama que encendía sus mejillas e iluminaba sus enormes ojos, la determinación con que sus diminutas manos se cerraban en combativos puños–. Tenemos suficientes recursos para enfrentarnos a quién haga falta. Nuestra influencia es muy grande, Turing Machines está presente en cada sector industrial y en cada oficina gubernamental. Las empresas necesitan nuestras Recreaciones. Los bancos, la policía, los hospitales, el gobierno, necesitan nuestras Recreaciones. La gente de la calle nos necesita, aunque su ofuscación no les permita darse cuenta. Podemos darle la vuelta a la situación si actuamos decididamente.

Yo le señalé la holografía de la esquina de nuestro salón, que nos dedicaba, como de costumbre, su triste sonrisa.

—Recuerda a Turing, Alexandria.

—Turing fue un valiente. Es hora de que sigamos su ejemplo.

—¿Y qué me dices de Iris? ¿Vamos a echar por la borda todo el trabajo que hemos invertido en ella para pelear una batalla que quizás esté perdida de antemano?

Era el único argumento que le hacía mella, aunque entonces no comprendí la razón profunda para ello. Ella te veía, ya entonces, como parte de su propio ser, como la hija que no podíamos tener. El azar de la combinatoria genética había decidido, siempre irónico, que las dos personas más inteligentes del planeta fueran estériles. Ambos éramos el punto final de nuestra particular rama en el inmenso árbol de la especie. Nunca le habíamos dado mucha importancia a ese hecho, o al menos yo no se la había dado, diciéndome a mí mismo que la fortuna de haber encontrado a Alex compensaba de sobras el hecho de que no pudiéramos tener descendencia. Pero ahora pienso que ella no se conformaba y quería ser madre, quizás por lo mismo que toda mujer quiere serlo. Para crear un nuevo ser a quién amar, para pasar hacia delante, por absurdo y descabellado que fuera, la tenue luz de la esperanza. Como toda madre, Alexandria te amaba, Iris, mucho antes de que existieras.

Greyfaced Fuente: http://greyfaced.tumblr.com/post/27999848701

Greyfaced
Fuente: http://greyfaced.tumblr.com/post/27999848701

Notas:

[1] http://neuralnetworksanddeeplearning.com/index.html

[2] http://topdocumentaryfilms.com/richard-dawkins-blind-watchmaker/

[3] https://en.wikipedia.org/wiki/Society_of_Mind

[4] http://arxiv.org/abs/1410.5401