¿Qué te ha llevado a la divulgación científica? Nuestras autoras responden

María del Álamo Ortega (@mariadelalamort)

El 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y en esta casa queremos celebrarlo con aquellas de nuestras autoras que se dedican a la divulgación científica.

Este día fue proclamado el 15 de diciembre de 2015 en la Asamblea General de las Naciones Unidas y su objetivo es «promover la participación plena y en condiciones de igualdad de las mujeres y las niñas en la educación, la capacitación, el empleo y los procesos de adopción de decisiones en la ciencia, eliminar toda forma de discriminación contra la mujer, incluso en las esferas de la educación y el empleo, y sortear las barreras jurídicas, económicas, sociales y culturales al respecto mediante, entre otras cosas, la promoción del establecimiento de políticas y planes de estudio en el campo de la ciencia, incluidos programas escolares, según corresponda, para alentar una mayor participación de las mujeres y las niñas, promover las perspectivas de carrera de las mujeres en la ciencia y reconocer los logros de las mujeres en la ciencia».

Uno de los caminos para lograrlo consiste en despertar vocaciones científicas entre las más jóvenes, algo que puede transmitirse a través de la divulgación. En Next Door contamos con autoras apasionadas por la ciencia que cuentan con un inmenso talento para hacerla comprensible al gran público, para inspirar a niñas y niños y para recordarles que la ciencia no es una cuestión de género.

A ellas hemos querido preguntarles qué las llevó a la divulgación científica. Estas son sus respuestas:

Carmen Agustín:

No lo elegí de manera activa, la verdad. Empecé a escribir cuentecillos y ripios a los once años. Lo que más me gustaba de niña era la historia, la literatura, las lenguas. Me llamaba la atención la astronomía, pero sospecho que principalmente por la nomenclatura basada en la mitología griega, que me encanta, porque lo que es la física y las matemáticas siempre se me dieron fatal (hoy me pregunto cuánto debo ese horror por la física a los estereotipos de género). Cuando en el 2.º del BUP de entonces tuve que elegir ciencias o letras, elegí ciencias solo porque no tenía demasiada fe en mis dotes literarias (ay, la tiranía de la salida profesional); después elegí Biología simplemente porque saqué mejores notas que en las otras asignaturas de ciencias (nuevamente, me pregunto cuánto le debo al estereotipo). Y la divulgación, pues… en 2011 me presenté a un concurso de relato científico del Parc de Recerca Biomèdica de Barcelona, donde trabajaba como investigadora postdoctoral, más por la parte literaria que por la científica, porque yo nunca había escrito sobre ciencia más allá de artículos científicos. Pero, para mi sorpresa, lo gané. Meses después me llamaron del Grupo Punset: habían leído mi relato y querían que escribiera en la extinta revista Redes. Descubrí que escribir artículos divulgativos era una manera de aunar mi afición por la escritura y por contar historias y mi profesión como científica, y me lancé.

Más adelante me di cuenta de que, si las mujeres estamos infrarrepresentadas en algunas ciencias y sobre todo en los puestos de más responsabilidad, la infrarrepresentación de las mujeres en divulgación es aún más acusada. Al principio esto me dejaba perpleja, porque nadie te selecciona para divulgar, no hay techo de cristal que valga. Aún no comprendo del todo qué ocurre, tal vez tenga que ver con que nosotras tengamos menos tiempo, ya que desafortunadamente aún nos hacemos mayoritariamente cargo de la casa y la familia, y divulgar es algo que tienes que hacer sí o sí en tu tiempo libre. Tal vez las mujeres seamos menos proclives a hacernos notar, al fin y al cabo nos han educado para permanecer calladas (de posibles factores biológicos que podrían afectar al comportamiento de exhibición no diré nada, que hay quien no entiende que estudiar la contribución de la biología a un determinado comportamiento no significa negar la influencia social). También he visto que muchas mujeres que intentan divulgar ciencia son acosadas en las redes (sobre todo en el mundo anglosajón, a mí de momento no me ha ocurrido), así que tal vez el miedo a exponerse tenga algo que ver. A donde voy es que a que desde que soy profesora de universidad pública mi tiempo libre ha menguado considerablemente, y cada vez me cuesta un esfuerzo mayor encontrar tiempo para divulgar; este año he estado a punto de tirar la toalla y dejar de hacerlo. Pero mientras seamos tan pocas mujeres, me siento en la obligación de seguir adelante.

Deborah García Bello:

Mi incursión en la divulgación científica comenzó en agosto de 2012, cuando creé el blog dimetilsulfuro.es. Yo era profesora de ciencias en un instituto. Empecé a escribir sobre ciencia. Hasta entonces sólo había escrito literatura de ficción y poesía. Así que utilicé mi destreza con la palabra para contar ciencia. Lo que me llevó a divulgar fue que era consciente de mi cultura científica y de mi pericia con las letras. Quería, sabía y podía hacerlo.

Al poco tiempo, algunos de mis artículos se hicieron virales. La invitación a formar parte de Naukas no tardó en llegar. Di mis primeras charlas en Galicia y, gracias al boca a boca, en poco tiempo ya estaba dando charlas en diferentes ciudades españolas. Esto me gusta y se me da bien. Llegaron más propuestas, los libros, los premios, los medios de comunicación. Divulgar es una oportunidad de compartir lo que me emociona. Siempre he tenido esa necesidad. Bien con la literatura de ficción, bien con lo que llamamos divulgación científica. El discurso y los modos son similares haciendo lo uno y lo otro. Soy una escritora contemporánea y costumbrista.

Me irritan las imposturas intelectuales, el convencionalismo de la élite de las dos culturas. Las ciencias, al igual que cualquier otra forma de conocimiento, nos capacita para apreciar todo lo demás. Desde lo tradicionalmente propio de las ciencias, hasta las humanidades. Soy tan escritora de primera cuando firmo un libro de divulgación como cuando firmo un libro de poesía.

Me aventuré a publicar artículos sobre arte. Las razones fueron las mismas que con la ciencia: tengo cultura, ganas y sé hacerlo. Sin saberlo, acababa de emprender una tesis que más tarde sería el tema de mi investigación doctoral: la relación entre la ciencia y el arte contemporáneo. En el mundo de la divulgación me convertí en la de la ciencia y el arte.

Con el tiempo, la divulgación científica comenzó a conquistar el espacio que antes dedicaba a la docencia. La divulgación acaparó mi tiempo y mis ganas, hasta que tomé la decisión de abandonar todas las clases y centrarme en lo importante. Hoy en día soy divulgadora científica profesional. Trabajo escribiendo, tanto libros como artículos para diferentes medios. Pronto finalizaré mi doctorado. Organizo eventos de divulgación. Hago vídeos. Hace un año que soy youtuber. Doy charlas, muchas charlas.

Soy autónoma, con todas sus acepciones, con ese morfema, y con todo el orgullo que esa palabra representa.

Clara Grima:

Todo empezó por culpa o gracias a mis hijos: Salvador y Ventura. Antes de que ellos existieran, solo había explicado matemáticas a universitarios (estudiantes de ingeniería) o a mis colegas en los congresos. En ambos casos, eran personas interesadas en mayor o menor medida por mi discurso. O por lo menos lo parecían. Pero cuando Salvador y Ventura tuvieron 8 y 6 años, respectivamente, empezaron a preguntar, por ejemplo, qué era eso que teníamos en la camiseta: era π. No es normal que un niño de 6 años haya sido expuesto ni a  π ni a ningún otro irracional pero mis hijos, por fortuna o por desgracia, tienen a su papá y a su mamá matemáticos. Parecen normales, no creas. El caso es que yo conté en mi blog personal (que no leía ni lee casi nadie) mis conversaciones con mis hijos y, sin saber por qué, empezaron a llegar visitas a cascoporro. Paralelamente, y a través de mi amiga Mamen, conocí a Raquel García Ulldemolins y a Oriol Molas. Fue este último, Oriol, el que nos propuso unir nuestras fuerzas: yo escribiría historias como las que les contaba a mis hijos y Raquel las ilustraría. En esa misma época, a raíz del “éxito” de mis historias con mates para mis hijos, el portal cultural Libro de Notas me ofreció hacer un blog con ellos para contar matemáticas a los más jóvenes. Unimos todas esas ideas y en mayo de 2011 publicamos el primer capítulo de Mati y sus mateaventuras, mi capítulo favorito, por cierto. Teníamos más miedo que vergüenza aquella mañana pero aún se me llenan los ojos de lágrimas cuando recuerdo el  cariño y el calor con que nos recibieron.

Mónica Lalanda:

Nos responde como mejor divulga, a través de la ilustración.

Marta Macho:

Me apasiona la docencia. Aunque llevo muchos años dando clase, cada curso es diferente porque cambian las personas que atienden e interactúan contigo. La divulgación se parece en cierto sentido a la docencia: debes contar a un público no experto conceptos científicos (en mi caso matemáticos) intentando adaptar tu discurso a las personas que te escuchan, con rigor, pero sencillez al mismo tiempo. Eso es un reto notable: requiere un gran esfuerzo a la hora de explicar la esencia de nociones matemáticas, a veces complejas, pero sin tecnicismos.

La mayor parte de la divulgación que realizo mezcla de alguna manera la literatura y las matemáticas. Las ganas de hablar de matemáticas, y el poder hacerlo combinándolas con la literatura, me llevaron de manera natural a la divulgación. Esta especial «mixtura» puede funcionar en la difusión de la ciencia, pero no en el aula, en la que hay que cubrir el programa oficial. Unir mis dos grandes pasiones —la literatura y las matemáticas— es un auténtico deleite y contribuye, al menos eso espero, a abolir la falacia de «las dos culturas».

Fotografía: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.

María José Mas:

No la elijo, llegué aquí por casualidad y luego me quedé por gusto. Supongo que la culpa es de la vocación con la que vivo la Medicina. La Medicina es para curiosos, todas las respuestas te traen otra pregunta y una no deja de sentirse como una eterna aprendiz, con esa efervescencia que da asomarse continuamente a cosas nuevas. Y no sólo cosas médicas, también simplemente humanas. Acercarte a otra persona para compartir su experiencia resulta abrumador, siempre se aprenden cosas nuevas y casi siempre son cosas bellas. Para mí es imposible no compartir la belleza que veo en lo que aprendo, un lugar hermoso se vuelve excitante cuando lo compartes.

Así que un poco de todo: asombro, aprendizaje personal y egoísmo también, por el placer que me aporta divulgar. Creo que eso es lo que me ha traído hasta aquí.

Helena Matute:

Me gustaba leer divulgación científica y siempre pensaba que no había nada de psicología; la gente, en general, no consideraba que la psicología fuera científica, quizá porque llevábamos poco tiempo haciendo ciencia los psicólogos y la idea que tenía la gente era la de las películas de Woody Allen. Me apetecía contar las investigaciones que se estaban haciendo en psicología. Hoy en día hay muchísima divulgación psicológica, está de moda, pero entonces no había nada. Escribí a varios sitios para colaborar con ellos. Me contestó Alex Fernandez-Murza, de e-Ciencia.com (entonces Divulcat.com), y me animó. Así empecé. Era el año 2001. Bonita fecha.

Ana Ribera:

Pues más bien me eligió ella a mí. Siempre cuento que llegué a este mundo por ser cotilla. Hace ya cinco años comencé a leer en Twitter a muchos divulgadores, entré en sus blogs, me enamoré de algunos, odié a otros tantos y poco a poco empecé a pensar qué podía aportar yo al mundo de la divulgación de la ciencia desde mi papel de «público potencial». Poco a poco, esos divulgadores que amé u odié en su momento se han hecho mis amigos y lo que es aún más increíble, hacen caso de algunos de mis consejos.

Natalia Ruiz Zelmanovitch:

La serendipia.

La maravillosa serendipia.

De pequeña, nunca fui una friki de la ciencia. Me fascinan las historias de la gente que habla de cuáles fueron sus motivos y de cómo, desde chiquitines, miraban al cielo o hacían experimentos en casa. De hecho, la historia de Oliver Sacks, El tío Tungsteno, me fascinó porque era una familia de científicos, cultivados y curiosos, donde el ambiente investigador, en hombres y en mujeres, era muy común. Lo tenían muy claro.

En mi casa, a nuestra manera, éramos observadores de la naturaleza. Contemplábamos a los caracoles poniendo los huevos en la tierra húmeda después de llover (las pocas veces que llovía). Derretíamos velas y hacíamos moldes para darles nuevas formas (no era útil, pero sí divertido). Se buscaban técnicas (algunas muy absurdas) para evitar que las hormigas invadieran los cítricos de pulgones. Metíamos una barra de bolígrafo azul en el agua del jarrón con una rosa blanca para ver cómo los pétalos se teñían. Usábamos dinamos para encender bombillitas cuando se iba la luz (recuerdo a mi padre con una rueda de bicicleta en ristre, atravesada por un eje, dando luz en el salón a base de darle vueltas a la rueda con la mano). Veíamos crecer las plantas, en invierno y en verano, cada una a su ritmo, y disfrutábamos de los frutos (pagando el impuesto revolucionario a bichos de todo pelaje). Observábamos cómo las larvas se convertían en mosquitos en la alberca. Sí, nos gustaba mucho observar.

Pero nada de ello me llevó a la divulgación científica, aunque es posible que mi condición de observadora haya influido en el posterior desarrollo de los acontecimientos.

A mí me llevó a la divulgación científica la casualidad. Estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Estar en Tenerife, buscando trabajo (con mi licenciatura de traducción y mi experiencia de dos años en prensa, televisión y radio local), y que en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) se acabaran de quedar sin su comunicador científico del Gran Telescopio Canarias. Que, poco antes, yo hiciera una fiesta de despedida en Almuñécar e invitara a varios periodistas, dos de ellas amigas de un amigo, y que ellas me enviaran, días después, un enlace a la oferta de empleo porque les sonaba que me podía interesar. Que yo, el jueves después de mi primer entierro de la sardina (el primero de muchos), llevara mi primer y único currículum al IAC. Pensaba que aquel trabajo no estaba a mi alcance. Así que no tenía nada que perder. Una entrevista, unas pruebas… Corría el año 2001.

Luego, todos los acontecimientos se aceleran porque, cuando te vas haciendo mayor, parece que la vida va más rápido. Pero recuerdo la avidez: esa es la palabra que define lo que sentí al llegar a aquel centro de investigación. Me volví una voraz consumidora de información. Me preguntaba cómo había podido vivir sin conocer todo aquello. Era, y es, una sensación inquietante. Nunca cesa. En realidad, puede que para eso estemos aquí, para saciarnos. O, al menos, para intentarlo.

Foto: Kerp Photography