El dilema Turing – Tercera parte

III

[Primera parte]

[Segunda parte]

Finalmente, acordamos que Alexandria se pondría al frente de la campaña para luchar contra los Neos, mientras que yo me ocuparía de buscar un santuario donde refugiarnos en caso de que las hordas de la superstición llegaran al poder.

Pero cuando me puse manos a la obra, descubrí que encontrar un lugar seguro donde reubicarnos  era mucho más difícil de lo que había imaginado. Como una gripe maligna, la fiebre en contra de las máquinas había contagiado a todo el planeta y la influencia de partidos similares al de los Neos crecía por doquier. Además, yo intuía que la situación iba a seguir empeorando. Aunque era obvio que mucha gente necesitaba nuestros androides, también era evidente que el miedo a ser diferente comenzaba a calar hondo. El término «amante de las máquinas» se usaba a menudo como un insulto. Los Neos acosaban sin tregua a los personajes públicos que cedían sus fenotipos a Turing Machines, consiguiendo que accedieran a revocar las licencias que nos permitían copiar sus físicos y obligándonos a retirar del mercado a incontables unidades Psi-C. La prensa sensacionalista lanzaba una campaña tras otra en la que dibujaba Turing Machines como un doctor Fausto que vendía su alma humana al Mefistófeles de la tecnología a cambio del poder de crear Golems sin alma.

Alexandria se enfrentaba a estos argumentos con un contrataque frontal, que, quizás, por lo que tenía de valeroso, conseguía mitigar los efectos adversos de la campaña Neo. No había debate, tertulia o acto público en el que Alex no estuviera presente acompañada de su Recreación. A ella se unieron muchos intelectuales, científicos y artistas que comprendían que el ataque a Turing Machines no era sino otra batalla más en contra de la libertad. Para todos ellos, empezamos a fabricar réplicas de la primera Iris, que incluían los enormes progresos que habíamos realizado durante aquel lustro.

Iris-1, como bautizamos a tu predecesora, era mucho más inteligente que cualquier otra Recreación anterior a ella. Disponía de un cerebro en el que habíamos integrado cien millones de neuronas artificiales. Tan solo  veinte años atrás IBM había lanzado al mercado el primer chip neuronal(1), cuya arquitectura imitaba rudimentariamente el cerebro de un mamífero, aunque el número de neuronas por chip era ridículamente bajo, apenas un millón. Sin embargo la introducción de la tecnología de silicio-grafeno había permitido aumentar de manera exponencial la capacidad de integración de los chips. Cien millones era todavía una cantidad pequeña comparada con los cien mil millones de neuronas activas en el cerebro de cualquier persona adulta, pero a cambio, una neurona, en un sistema silicio-grafeno, puede dispararse mil veces más rápido que en tejido biológico, lo que resultaba en una capacidad de procesamiento real similar a la humana. Por otra parte, las redes neuronales de Turing que constituían la base de nuestro nuevo sistema operativo dotaban a Iris-1 de una extraordinaria capacidad de razonamiento que, en muchos aspectos, superaba al de sus interlocutores humanos. No así su empatía. Al  igual que el resto de nuestras recreaciones toda la aparente sensibilidad de nuestro más elaborado androide no era otra cosa que el resultado de miles de horas de programación para simular unos sentimientos de los que carecía.

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Alexandria inició una batalla sin cuartel contra los Neos, atacándoles simultáneamente en el frente legal, el político, el económico y el de la guerra de propaganda. Las mejores firmas de abogados del país empezaron a denunciar cualquier agresión a nuestras máquinas, persiguiendo tenazmente tanto a los que vilipendiaban las Recreaciones en los medios de comunicación, como a los matones que las hostigaban. Un pequeño ejército de mercenarios empezó a intervenir para cortar de cuajo los ataques a las Psi (desde el principio entendimos que era necesario que fueran humanos los que se enfrentaran a los agresores, ya que la recelosa tribu no toleraría la evidencia de que podíamos programar a nuestras máquinas para que se defendieran). En el frente económico, Turing Machines abarató el precio de las Recreaciones radicalmente, de tal manera que las compañías que las utilizaran fueran mucho más competitivas que las que escogían rechazarlas. También financiamos periódicos, cadenas televisivas, blogs y foros, cuya consigna era desenmascarar la naturaleza reaccionaria de los Neos. Por último, Alex creó un nuevo partido político al que llamó Ciberfuturo.

Durante un año, la guerra parecía decidirse a nuestro favor. Las encuestas de opinión revelaban que la intención de voto a favor Ciberfuturo aumentaba cada día y los usuarios de nuestras Recreaciones volvían a sentirse seguros de sí mismos. Nuestros abogados habían congelado, y en la mayoría de los casos revertido, los ataques legales contra Turing Machines y los noticieros comenzaban a cuestionarse la sensatez de la política xenófoba de los Neos.

Y sin embargo, yo no estaba tranquilo. A medida que la campaña progresaba y cosechábamos una victoria tras otra, me daba cuenta de que el éxito dependía casi exclusivamente del inmenso carisma de Alexandria y de la forma en que se percibía su asociación con Iris-1. Toda nuestra estrategia se resumía, en último término, en transformar a Alex en un mito viviente, la encarnación de la superioridad humana sobre la máquina. Nuestros equipos de propaganda proyectaban su belleza, su sensibilidad, su prodigiosa inteligencia, como la quintaesencia de las virtudes de la tribu y a la vez mostraban a Iris-1 como una simple imitación  de su creadora. No habíamos combatido, comprendí, el mito del Golem, sino que nos limitábamos a asegurar que el Golem sería, ahora y siempre, nuestro sumiso esclavo.

Todo lo que los Neos tenían que hacer era contrarrestar aquella imagen y la manera de conseguirlo era tan sencilla como criminal.

Alexandra Levasseur Fuente: https://es.pinterest.com/pin/51017408252165734/

Alexandra Levasseur
Fuente: https://es.pinterest.com/pin/51017408252165734/

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Desde que empezamos a fabricar nuestros primeros modelos, habíamos adoptado las medidas más radicales para evitar que las Recreaciones pudieran ser reprogramadas por agentes externos a Turing Machines. Nuestros códigos centinela, capaces de bloquear los cerebros artificiales de los androides apenas se detectara la presencia de software maligno operando en ellas, habían probado ser cien por cien efectivos en tantas ocasiones que, finalmente, acabamos por asumir que eran infalibles.

Pero el modelo Iris-1 era diferente a todos los demás. Aunque habíamos programado en ella los mismos cortafuegos que funcionaban a la perfección en el resto de las recreaciones, sus sofisticadas redes neuronales contaban con una habilidad de la que carecían los otros modelos. La imaginación de nuestro modelo más inteligente, que tanto la aproximaba a los humanos, dotaba a la máquina no sólo de la capacidad de anticipar situaciones que considerara una amenaza para su correcto funcionamiento, sino también de la habilidad para reaccionar frente a ellas. Ni a Alex, ni a mí, ni a nadie en nuestro equipo se nos pasó por la cabeza que Iris-1 fuera capaz de intervenir en su propio sistema operativo, a pesar de que la habíamos dotado de todas las herramientas necesarias para ello. Ahora me parece increíble que no comprendiéramos que era perfectamente capaz de tomar decisiones que protegieran su propia integridad, bloqueando la acción de agresores externos como los códigos centinela, de manera muy similar a como el sistema inmunológico de una persona sana es capaz de controlar la evolución de un virus pernicioso. Era obvio que tenía que ser así. Pero no fuimos capaces de preverlo.

Tampoco se nos ocurrió prever la posibilidad de un traidor entre las filas de los que nos apoyaban.

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Pero eso fue, exactamente, lo que ocurrió. Los Neos averiguaron el precio de uno de nuestros aliados: el actor Antonio Sanino. Una celebridad en el mundo del cine, cuya carrera comenzaba a declinar. Realmente, no hicieron falta más que treinta monedas de plata en forma de un papel estelar en una gran súperproducción para comprarlo. Quizás, como el Judas de los Evangelios, Sanino no era del todo consciente de la gravedad de sus actos y consideró que ceder (discretamente, por supuesto) su copia particular de Iris-1 a cierto grupo de investigación relacionado con sus benefactores, no suponía tan grave falta. Lo cierto es que su destino no fue muy diferente al del más celebrado traidor de la historia. Un día después de la catástrofe fue encontrado muerto de una sobredosis de drogas y alcohol, sin duda intencionada, en su apartamento.

La catástrofe. Han pasado muchos años, mi querida Iris y no ha habido un solo día en el que no la haya rememorado.

Los hechos son de sobra conocidos. Los científicos a sueldo de los Neos consiguieron implantar en la Iris-1 de Sanino una compulsión esquizofrénica que la llevara a actuar violentamente en las circunstancias adecuadas aprovechándose del hecho de que la máquina carecía de la experiencia y la astucia para protegerse del maligno entrenamiento a la que la sometieron nuestros enemigos.

Perdóname si soy parco en los detalles, revivirlos me hace mucho daño. Los Neos escogieron la ocasión adecuada, una cena de gala durante la recta final de la campaña electoral. Las medidas de seguridad eran muy estrictas y ningún humano habría podido atentar contra Alexandria, pero la intención de nuestros enemigos era otra. Durante la cena, varios de nuestros más estrechos colaboradores (entre los que estaba el traidor) se sentaron en nuestra mesa, acompañados de sus Recreaciones. Mi esposa propuso un brindis. El androide programado por los Neos aguardó a que levantara su copa antes de apuñalarla con el mismo cuchillo con que Sanino había despiezado, fastidiosamente, su entrecot.

Ellen Ziegler Fragmento de «Vermilion»

Ellen Ziegler
Fragmento de «Vermilion»

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Milagrosamente, Alexandria sobrevivió a las graves heridas que recibió aquella noche, pero las secuelas del ataque fueron terribles y su salud quedó muy deteriorada. Los Neos arrasaron en las elecciones y en pocos meses nuestras Recreaciones habían sido declaradas ilegales. No contentos con ello, los nuevos gobernantes acusaron a Turing Machines de ser un monopolio industrial e iniciaron acciones legales que nos obligaban a fraccionar la compañía. Curiosamente, entre los inversores interesados en hacerse con nuestras acciones se contaban grupos afines al mismo partido político que nos acosaba.

Durante más de un año, mientras Alexandria convalecía de sus heridas y nuestros equipos legales combatían a los sabuesos de los Neos, yo preparaba nuestro nuevo hogar. Adquirí una pequeña isla en la Polinesia, a la que bauticé con el nombre de Ítaca y la equipé con todo lo necesario para que Alex y yo pudiéramos vivir en ella sin depender del exterior. Las instalaciones incluían una batería de paneles solares muy eficientes para obtener la energía que precisábamos y una pequeña granja, cuyos minúsculos huertos y piscifactorías nos proporcionarían la dieta de fruta fresca, vegetales y pescado que mi esposa y yo habíamos adoptado muchos años atrás. Nuestra residencia era también un avanzado laboratorio, donde instalé la instrumentación más sofisticada de la que disponíamos. Por último, puse en marcha un pequeño ejército de recreaciones especializadas, que se ocupaban de todas las tareas de servicio, mantenimiento y asistencia técnica.

Pero el paso más importante y el más costoso fue conseguir que Ítaca desapareciera del mapa. Físicamente, no fue difícil. Todas las edificaciones que construí eran subterráneas o estaban disimuladas en el bosque que cubría la parte central de la isla, que, por otra parte, estaba apartada de las rutas de navegación convencionales. Más complicado fue camuflarse legalmente mediante títulos de propiedad cruzados en los que se difuminaba su localización. Por último rastreé y eliminé todas las referencias existentes a la isla en el ciberespacio y encripté todos los accesos a nuestras direcciones IP, enterrándolos en la porción más oscura de la red global, hasta conseguir esfumarnos, a todos los efectos, de Internet. Finalmente, tras un largo y accidentado viaje por mar (la salud de Alexandria desaconsejaba el avión y por otra parte deseábamos cruzar juntos el océano) desembarcamos en Ítaca.

Fotografía del programa Landsat de la NASA Isla de Gotland

Fotografía del programa Landsat de la NASA
Isla de Gotland

Nota:

[1] http://www.technologyreview.com/news/529691/ibm-chip-processes-data-similar-to-the-way-your-brain-does/

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